sábado, 10 de julio de 2010

Ídolos del mañana

En las últimas fechas la euforia se ha desatado, los enemigos irreconciliables se abrazan bajo una misma bandera y alaban a sus ídolos de pantalón corto.
La crisis desaparece, la precariedad laboral se olvida y las desgracias de la vida cotidiana se difuminan eclipsadas por la pasión colectiva. Triunfa la idea única, la fiebre por el fútbol. La pasión por la roja. El podemos...
Me gusta el fútbol como deporte de grupo, de cooperación, pero aborrezco el sentimiento irracional de seguir unos colores. Sé que una afición puede resultar enriquecedora, sana e incluso recomendable; que puede desatar la alegría, convirtiendo la vida en una fiesta, pero siempre que no anule nuestro espíritu crítico y acabe enmascarando la realidad, aturdiéndonos, convirtiéndonos en fanáticos.
En otro día, regresando a casa por una calle jalonada de banderas, respirando el ambiente de triunfo y escuchando los comentarios elogiosos sobre los héroes futboleros del personal, encontré mi propio ídolo. Llevaba calzón corto y una camiseta roja de tirantes. Carecía de dorsal y caminaba obediente de la mano de su madre. A la altura del mercado ese niño, giró la cabeza y vio algo que todos, futboleros o no llevábamos observando a diario. En el suelo acurrucado entre sus fardos, descansaba un indigente.
-Mama ¿Por qué ese señor esta tirado en el suelo?
Noté como la madre se tensaba avergonzada, igual que me ocurrió a mi que caminaba tras de ellos.
- Es queee... No tiene casa, es pobre... -Balbuceó confusa la madre
-¿Y no podemos ayudarle?
Me sonrojé y la frase de moda me vino a la cabeza "Entre todos podemos... "
La falsedad de la consigna se me hizo más palpable y una coletilla mentalmente la completaba "... pero no nos interesa". No en esto.
La mirada limpia del niño vio una realidad que no entendía y se paró a cuestionarla. En cambio, nosotros, adultos endurecidos por el día a día, embobados por ilusiones fantasmas, adormecidos por pasiones improductivas, pasábamos de largo, mirando a otro lado.
Por eso hoy elijo mi propio héroe, ese niño, de apenas cinco años, para aclamarlo, para ensalzarlo. Va de corto, con su elástica roja, pateando una lata abollada de coca cola. No es futbolista y cuando el domingo la euforia colectiva invada las calles nadie mas reparará en él, en su acto de días atrás. Con los años, crecerá, se hará mayor, vibrará con los partidos de la selección y seguramente mirará a otro lado al pasar junto al mercado. Como hago yo, como hacemos todos...

Juliki (Podemos… avergonzarnos)

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