domingo, 26 de septiembre de 2010

Pastoreando inmigrantes


Todo sigue igual. No es extraño. Yo no cambio, por lo tanto nada cambia. Monotonía resignada y cobarde.
Ayer fui a buscar un libro, para encerrarme, en él. Para aumentar, una vez más, la distancia que separa la realidad de mi propia vida. ¿O es a la inversa? Poco importa.
Bajaba por Preciados y una desbandada humana me arrolló. Negros a la carrera cargando sus fardos y la gente parándose a observar el espectáculo. Intenté seguir avanzando, evitando pensar en lo duro que debe ser jugarse la vida en una patera, sobrevivir a ello para luego sentirse perseguido todo el día. Venir al primer mundo para seguir siendo del tercero. ¿Y yo tengo problemas? Lo que soy es un mierda y un egoísta.
Al girar la esquina la historia se repite, pero ahora la imagen es más irreal. Las carreras comienzan, se paran, vuelven a reanudarse, como si de una coreografía se tratase. Los inmigrantes frenan o se aceleran según varíe la distancia que los separa de dos municipales en moto. Los policías los siguen, no hacen amago de detenerlos, tan solo los conducen. Los inmigrantes lo saben y hacen la goma, mantienen la distancia.
Me veo parado, absorto mirando la situación. Me recuerda a algo. La imagen me golpea: ¿Por aquí pasa la Cañada Real? Da igual, pero es eso: los pastorean. Como si de un rebaño de corderitos se tratase, los inmigrantes son conducidos por los perros pastores alejándolos del centro de la ciudad, para que no afeen las calles atestadas de turistas y transeúntes que contemplan el culebrón, algunos con autentico deleite. -Mira, mira que cogen a ese -oigo a mi espalda y siento sin verlo la emoción que embarga al que ha hablado.
Mientras el pastor Gallardón descansará en su hogar del mundo civilizado, o se dará un baño de multitudes en algún evento. Dormirá tranquilo, sabedor del buen entrenamiento de sus perros pastores. Todo sigue igual.
Me avergüenzo de estar allí contemplando aquello sin intervenir. La resignación me embarga y regreso a casa, a refugiarme en el sofá. No abro el libro. Enciendo el televisor y me dejo conducir por la imágenes de Telemadrid. Perfecto. Beee... Me reintegro al rebaño, como tantos otros. Esperanza es mi pastor-a. Vuelvo a balar. La vida sigue igual.

Juliki (borrego gris)