viernes, 25 de marzo de 2011

Etiquetar miradas


Últimamente cada vez que voy a la biblioteca o me paro a cotillear en una librería acabo encabronado. Sí, ya sé que parezco regañado con el mundo, que sería mejor tomarme la vida con optimismo, entusiasmo, buen rollito..., pero que le vamos a hacer. Hay que asumirse. Soy así. Un cascarrabias que envejece acrecentando sus manías.
Pues eso, volviendo al tema, que es llegar a una librería, voltear el libro para leer de que va y... Mosqueo. Allí han plantado la puta etiqueta del código de barras, jodiendo la marrana; eso si, con el precio en mitad de la reseña bien clarito. Seguro que alguno opinará que para lo que suelen poner, casi que mejor ahorrarse la parrafada que al final solo conduce a la desilusión y el engaño. Yo no puedo evitarlo. Me gusta decantarme si me dejo engañar o no. Es una de las pocas decisiones que se pueden tomar hoy en día. Me gusta poder equivocarme, intentar dilucidar si me quieren vender la moto y el libro es un bodrio o puede estar bien. Casi nunca atino y, seguro que si comprara el libro guiándome por su bonita portada, al final el porcentaje de aciertos sería similar. Pero me gusta conocer esa información tendenciosa, hacerme mi película y creerme aun con una cierta capacidad para dirigir mi vida aunque sea en la simple elección de un misero libro. Vale, puedo entender que en las librerías les interese vender y lo único manifiestamente visible sea el precio; incluso que el currito que pega las etiquetas esta explotado, mosqueado y quiere acabar cuanto antes de etiquetar la pila de libros para salir a echarse un cigarrito. Admitimos el Marca como lectura. ¿Y en las bibliotecas qué? ¿En que cojones esta pensando el bibliotecario de turno para pegar el código de barras en mitad del texto? ¡Joder! que tiene toda la puñetera contraportada para pegar el dichoso código. Da igual que el texto este arriba abajo o en centro la pegatita siempre va encima. No puedo entenderlo, que alguien me lo explique.
El otro día me regalaron un "Amazonkindle", que a pesar del nombrecito es simplemente un libro electrónico. Es estupendo aunque me paso el día olfateándolo, añorando el olor del papel y he de confesar que cuando ando ensimismado con la lectura sigo intentando pasar la página volteando la hoja, sin ningún éxito; pero al menos pensé que habría acabado mi pesadilla con las pegatinas sobre las reseñas.

El fin de semana fui a comprar un adaptador para cargar el libro electrónico directamente de la red. Necesitaba que tuviera unas determinadas características de miliamperios y voltios para no achicharrar el aparato. Había varios modelos y cuando fui a hacer la comparación de las características me vi de nuevo asaltado por la mala hostia. Allí estaba yo, sacando uno tras otro los blister del expositor y todos con su etiquetita tapando las indicaciones del adaptador.

Estuve tentado de abandonar definitivamente la lectura, pero la adicción pudo más. Al final tras vaciar el expositor me resigné a ir despegando una a una las etiquetas de los distintos modelos para poder hacer mi elección. Ya ni la lectura es lo que era.

Juliki (resignado lector)

jueves, 10 de marzo de 2011

Victimas del progreso


El otro día hice un esfuerzo por salir del aislamiento y acudí a una fiesta de cumpleaños. La verdad es que no tenía ninguna gana de socializar mi desencanto, pero pensé que iba siendo hora de dejar de mirarme el ombligo y como la fiesta era de una de las personas que más aprecio en la actualidad, me decidí a asistir.
Allí me reencontré con la que en mis tiempos de Facultad fue, con diferencia, mi mejor amiga. Ya no tenemos contacto alguno, pero la aprecio y le sigo estando agradecido por rescatarme entonces para la vida. Cuando nos conocimos iba yo camino de convertirme en un solitario nihilista, que no creía en la amistad y leía a Nietzsche compulsivamente. Ella, obstinada por sacarme de mi introversión, se empeñó en ser mi amiga y me trajo de vuelta a la vida en sociedad. Aunque visto el punto en el que me encuentro, tal vez su triunfo fue un tanto efímero...
La alegría mutua inicial se vio algo truncada por un comienzo de conversación rocambolesco. Su primera frase me pareció más una andanada que un saludo.
- ¡Estas mayor!
- Claro, como el resto -dije señalando a los demás asistentes y a continuación para restar importancia a su comentario añadí -Tú estas muy guapa.
Todo parecía haberse reconducido cuando la segunda pregunta me llevó al borde del colapso
-¿Qué es de tu vida?
-Pues me resulta complicado resumirte así de golpe los últimos 10 años de mi existencia... -respondí con sinceridad e intentando que sonara inocuo.
Luego el vino facilitó la conversación y acabamos contándonos en que punto de la vida nos hallábamos. Ahora sé de su vida, a que se dedica..., pero sigo sin saber nada de ella, de lo que siente o piensa.
Esa situación me ha llevado a reflexionar sobre la amistad, sobre lo poco que estos últimos años he luchado por conservar aquellas personal que fueron imprescindibles en mi vida y que ahora ya no estan, son tan solo un recuerdo o se cruzan conmigo de tarde en tarde para hablar del tiempo.
Primero fue el fin de la facultad o el comienzo del trabajo los que empezaron a menguar la lista de amigos. Más obligaciones y menos tiempo hicieron que algunos se quedaran en el camino. Luego las independencias, las parejas, fueron distanciando a otros. Después los cambios de residencia y los hijos se llevaron lejos alguno mas, marcando una distancia física o emocional; o ambas a la vez.
Así de repente uno pasa de compartir con otros sus sueños, sus inquietudes, sus miedos, su vida en definitiva, a prácticamente saber solo lo que les acontece, perdiendo lo esencial de la amistad de antaño, el como se siente.
Marian tenía razón cuando me dijo que estaba mayor; pero no es por las canas en la barba, ni por esas arrugas que acompañan mi rostro. Es otro tipo de vejez, la vejez de las batallas perdidas, de los amigos caídos en el trayecto de la vida.
A veces pienso que en ese afán cotidiano por sobrevivir, morimos lentamente. Sacrificamos lo importante y nos acabamos convirtiendo en inercia. El paso del tiempo nos atenaza y cada vez hablamos menos de lo fundamental, luchamos menos por conservar afectos...
Podría echarle la culpa a las circunstancias de la vida, al trabajo que nos deja extenuados, o a los hijos y parejas que alejan de la idílica amistad. Podría como suele hacer el ser humano pensar que la culpa es de ellos, pero me estaría engañando.
No puedo eludir mi propia responsabilidad. Soy culpable, quizás no por lo que he hecho sino por lo que he dejado de hacer. Por eso quería pedir disculpas a todos. A los del instituto, a los de la facultad, a mi compi de piso, a los que han sido padres, o los que marcharon lejos, a los navegantes de la sopa, a los extintos Nasios pa rula, a los que he olvidado, a los que nunca olvidaré, incluso a aquellos que la muerte se llevó, aunque esos, de alguna manera, siguen estando presentes.
Tal vez debería volver a la facultad, o releer a Nietzsche o simplemente luchar por recuperar afectos...


Juliki y sus afectos moribundos

lunes, 7 de marzo de 2011

Charcos de silencio


Vuelvo para mitigar la fatiga de pensar sin escribir. Cansado de evitar ponerle palabras a las angustias cotidianas que me acompañan. Pensé que si carecían de nombre dejarían de ser reales y una vez mas me equivoqué. Los problemas, las inquietudes, los miedos no desaparecen porque uno les de la espalda y deje de nombrarlos. Es cierto que se diluyen momentáneamente, se aletargan, pero siguen ahí, al acecho para volver a resurgir.
Llevo meses escondido tras los libros. Leyendo vidas ajenas para no querer enterarme que dejé de escribir mi propia vida. Es cierto que algo he estado escribiendo, pero son historias de otros, inventadas, ficticias..., y siempre dejando en suspenso mi propia realidad.
Me he convertido en un vagabundo dentro de mi propia existencia. Uno de esos que tan solo anhela dar un trago más que enturbie su percepción para intentar no ver, ni oír, ni pensar...
Voy apurando lecturas como el yonky consume sus dosis, dejando que pase el día, ansiando el momento de alcanzar la noche que le permita soñar bajo unos cartones con otra realidad. Tal vez no mejor, pero al menos distinta. Pero los sueños en ocasiones se convierten en pesadillas y uno despierta sobresaltado, sin poder volver a dormirse y con una vida por vivir. Estoy cansado de esconderme.

Como dice Carlos Salem en una de esas vidas ajenas en papel "No se puede escapar todo el tiempo. Tu sombra sabe a dónde vas, aunque simule ir detrás".

Y llegados aquí ¿Qué hacer?

Estoy tentado de preguntarle a mi sombra...


Juliki (¿Regreso o despedida?)