domingo, 30 de noviembre de 2014

Inseguridad social


Aviso a navegantes: este ladrillo va a ser largo; pero a veces explicar lo inexplicable no es sencillo y se requiere un poco más de extensión para intentarlo. Espero haberlo conseguido a pesar de mi cabreo.

Dicen que la vida es una suma de casualidades. La vida de mi madre no es una excepción. Ella vive gracias a una triple coincidencia: ser una superviviente nata, un equilibrio milagroso en la dosis de 16 fármacos diferentes y un DAI (desfibrilador automático implantable). Para que todos esos factores se mantengan estables debe acudir de manera periódica a tres consultas diferentes: su médico de cabecera que le controla lo básico (analíticas, vacunas, Sintrom…) y le hace las recetas de los medicamentos; su cardiólogo de zona, que revisa si es necesario modificar la dosis de algún medicamento para mantener el equilibrio; y el cardiólogo que le “instaló” el DAI, para comprobar el correcto funcionamiento del aparato. Hasta ahora las tres consultas eran en sitios distintos. El médico de cabecera en el centro de salud del barrio; el cardiólogo en el centro de especialidades de Tetuán; y el cardiólogo que se encarga del aparato en La Paz.
Hace uno días con motivo de dos de esas revisiones mi hermana tuvo que lidiar con la ilógica de la burocracia, más ilógica todavía, cuando se pone en juego la vida de personas.
Tocaba revisión en el cardiólogo de zona y dos días después revisión del Day. Acuden a la primera consulta en Tetuán y tras un ligero ajuste de medicación el cardiólogo le informa que quiere verla en seis meses si todo va bien y que a partir de ahora la consulta será en el Carlos III donde van a centralizar el servicio de cardiología; pero que pida la cita en el mostrador de abajo. Cuando mi hermana pide cita le informan que ya tiene una cita para el Carlos III para dentro de dos días y que no le pueden dar otra. Mi hermana les explica que la cita para dentro de dos días es en La Paz y que es para otro médico distinto  “Es de cardiología verdad, pues por normativa no se pueden tener dos citas para cardiología. Si tiene duda háblelo con el Carlos III”, le dicen en el mostrador. Ante  la cerrazón mi hermana decide esperar dos días y arreglar el asunto después de acudir a la revisión del DAI en La Paz.
Transcurridos esos dos días pasan la consulta en La Paz, todo correcto, no hay anomalías y la pila aguantará unos años aún. El médico les comenta que verá a mi madre dentro de 8 meses y les dice que pidan cita abajo, pero que la próxima consulta será en el Carlos III donde se centralizará el servicio de cardiología. Mi hermana baja, pide cita para la próxima revisión del DAI y aunque será en el Carlos III se la adjudican sin problemas. Pregunta si pueden darle la cita para el cardiólogo de zona dado que será en el Carlos III también, pero le indican que allí no tienen acceso a la base de datos del cardiólogo de zona, que tendrá que personarse en el Carlos III. Mi hermana deja a mis padres en casa se desplaza al Carlos III y solicita cita para el cardiólogo de zona. Amablemente le indican que ellos aún no dan citas y que para esa gestión debe dirigirse al centro de especialidades de Tetuán. Mi hermana respira hondo da las gracias y se desplaza hasta dicho centro algo “cansada” de ir de aquí para allá.
En Tetuán se chupa otra cola y cuando llega su turno y solicita la cita la respuesta la deja boquiabierta. “No podemos darle cita porque ya tiene una para dentro de ocho meses en cardiología en el Carlos III” (Es la cita que le han dado en La Paz para la revisión del DAI). Mi hermana cuenta hasta diez y calmada intenta explicarse. “Son dos médicos los que ven a mi madre; uno revisa el DAI, otro revisa la medicación por lo tanto necesita dos citas”. La repuesta de funcionario empieza a enfadar a mi hermana. “La normativa es clara: no se pueden tener dos citas para una misma especialidad en un mismo centro”. Mi hermana vuelve a explicarse sin éxito y solicita hablar con la supervisora dado que la persona de ventanilla no parece dispuesta a atender su solicitud. La funcionaria se levanta y se dirige a un despacho de donde tras un rato sale con idéntica respuesta. Mi hermana, empezando a perder la calma ante tanda sinrazón, exige que la supervisora se lo explique en persona. La funcionaria de la ventanilla le niega tal posibilidad; Mi hermana al borde de estallar se dirige a la puerta donde ha visto entrar a la funcionaria y la aporrea dispuesta a no cejar hasta que la supervisora salga. Entretanto la funcionaria ha llamado a seguridad y mi hermana se ve sujetada por un maromo que la amorata el brazo. A esas alturas el revuelo es tal que la supervisora sale. Mi hermana se encara con ella y le vuelve a explicarle la lógica del razonamiento. Dos médicos, dos revisiones, dos citas. ¿Es tan difícil de entender? La respuesta de manual de funcionario: “La normativa no permite…”. Mi hermana no puede más. ¿Serán humanas esas funcionarias que la atienden? ¿Qué tiene que hacer para que entren en razón? Desesperada lanza un órdago. “Pues yo solo salgo de aquí si con las dos citas o esposada por la policía. Con lo cual usted decide o llama a la policía o a su jefa”. La supervisora duda y al final va en busca de su superiora que baja, da la orden de que a mi hermana le den la cita y lanza una última frase lapidaria “Dársela para que se vaya, pero le va a dar igual”.
Mi hermana con sus dos citas impresas en la mano la mira y dice: “¿Cómo?”
“Que te va dar igual, ya lo veras”, responde la jefa del servicio.
Mi incombustible hermana duda entre asesinar a todas esas funcionarias inhumanas para ayudar al resto de los pacientes o retirarse con su triunfo y dejarlo correr. El cuerpo le pide sangre; la razón regresar a casa después de pasar todo el día de médicos y recorrer tres centros sanitarios diferentes. Se va dando las gracias a quien no se las merece e intentando comprender el increíble suceso vivido.
La historia podría acabar ahí, pero dos días después mi hermana recibe una llamada. De otra funcionaria que le notifica que la cita con el cardiólogo de zona de mi madre ha sido anulada.
Mi hermana empieza a entender ese “Dársela para que se vaya, pero le va a dar igual”. Cuando mi hermana replica intentando usar la lógica al otro lado de la línea un supuesto ser humano es capaz de pronunciar la siguiente frase:
“Y da gracias que no te anulo la cita del DAI porque sin esa cita hay más riesgo de que tu madre se muera”.
Mi hermana estalla: “Mi madre no se muere por el DAI y por la medicación; si alguna de las dos cosas falla su corazón se para ¿No pueden entenderlo ustedes?
“Ese no es mi problema, la normativa…” reiteran al otro lado de la línea
Mi hermana gritando desde la impotencia toma una resolución. “Pues que sepa usted que yo no he recibido esta llamada y que mi madre va a acudir a las dos citas que yo tengo aquí por escrito y cuando estemos allí a ver quien tiene los cojones de decirme que no van a atenderla”. Antes de colgar puede aún escuchar un “Le va a dar igual, ya tendrá noticias nuestras…”
Creo ser una persona razonable y tranquila, pero todo tiene un límite. Supongo que en unas semanas recibiremos una notificación escrita que anulará la cita; si eso ocurre, como que no hay Dios, que me presento en el centro de especialidades de Tetuán y voy a perder la calma.
No se puede jugar con la salud y la vida de las personas de esa manera y yo, para que se imponga la razón y mi madre siga viva, estoy dispuesto a hacer cualquier cosa.

Juliki afilando los cuchillos

jueves, 27 de noviembre de 2014

Las tres vidas de la Beni


A veces la vida te concede una segunda oportunidad, incluso una tercera. Algunos lo definen como volver a nacer. Mi madre es una de esas personas que han vuelto a nacer; ella, hasta en dos ocasiones.
La primera vez fue la más llamativa, pues mi madre volvió a nacer cuando aún no había nacido. Corrían los años crueles y sangrientos de la guerra civil. Mi abuelo, fusilado por rojo, descansaba y descansa en alguna cuneta de un pueblo extremeño. Mi abuela, sin tiempo a llorarle, se dejaba rapar la cabeza y se disponía a correr la misma suerte. Fue entonces cuando un soldado nacional reparó en que estaba embarazada. En el pueblo de al lado estar embarazada no te libraba de ser pasado por las armas; en el pueblo de mis ancestros, por suerte, te permitía vivir. Nunca un mojón fue tan decisivo en la vida de una persona. Así fue como mi madre nació de nuevo sin haber nacido y trajo de vuelta a la vida a mi abuela que la llevaba en su seno. La posición de ese hito es la que me permite, también a mí, estar aquí y poder escribir esto.
La segunda vez que mi madre volvió a nacer fue hace unos años. Un virus le atacó el corazón dejándolo tan afectado que, con solo un 5% de capacidad de deyección, fue desahuciada. Seis meses de vida le dio su médico. Seis meses de vida confirmó el cardiólogo particular que mi hermana y yo consultamos buscando un milagro. Por suerte a veces la ciencia tiene fisuras y quiso además la fortuna que cambiaran de médico a mi madre. El nuevo, un chiquito joven, tuvo la idea de intentar ponerle un aparato, una especie de marcapaso. Las posibilidades de sobrevivir a la operación eran pocas, casi tan remotas como la posibilidad de que el aparato funcionara. “Señora, querría usted intentarlo”. Si es para vivir mejor lo intentamos fue la respuesta de mi madre.
De momento aquellos seis meses se han convertido en seis años. Mi madre no es la que fue, pero tampoco es la que iba a dejar de ser. Vive y tiene una calidad de vida aceptable con sus dieciséis pastillas diarias, sus ajustes de medicación y sus revisiones.
El otro día la burocracia, consecuencia de los recortes sanitarios, ha decidido que volver a la vida dos veces es demasiada fortuna para un ser humano y pretenden poner a prueba la resistencia de mi madre y sus 77 años de lucha.
La historia es larga y tan irracional que me cuesta contarla. Por eso y por no cometer una locura hoy la dejo aquí. A veces hay que dejar que la indignación repose para poder contarlo sin que sea solo la pasión y el enfado los que hablen.

Juliki contando hasta diez

domingo, 23 de noviembre de 2014

Mi otra carrera


Siempre he pensado que durante mi estancia en la facultad yo hice dos carreras: la de química y la de barracón.
Tal vez quien no viviera la experiencia de los barracones no podrá entenderlo. Tampoco es fácil de explicar lo que aquel desangelado espacio y sus variopintos habitantes me aportaron ni cómo influyeron en mí para que hoy sea la persona que soy.
Gracias a ese ecosistema anejo a la facultad, yo no solo cursé las asignaturas propias del programa de químicas, sino que cada viernes, después de comer, acudía a un aula abierta de enseñanza no reglada, un punto de encuentro donde  aprender y disfrutar de disciplinas tan peculiares como las de diálogo, entendimiento, conspiración, relaciones sociales…
Los barracones era el lugar donde se organizaban las fiestas de paso de ecuador para recaudar dinero para el viaje. Cada semana un grupo organizaba su fiesta con música enlatada, alcohol, baile…Y para mí algo más, mucho más.
Cada uno vivió esa época a su manera; para casi todos era un lugar donde desfogarse del agobio de las clases de la semana; para muchos otros, un sitio para ligar o emborracharse y para algunos, un espacio de convivencia donde aprender sobre la vida y los demás. Mentiría si dijera que mi único objetivo era este último. Confieso que me desfogué, me emborraché e incluso intenté ligar en más de una ocasión; aunque esto último con escaso éxito. Pero lo cierto es que, visto con la distancia de los años, lo que más valoro de esas tardes-noches son las personas que allí conocí y las conversaciones mantenidas que me permitieron conocer a los demás y sobre todo para llegar a conocerme a mí mismo. Aún soñábamos con cambiar el mundo, luego… ¿nos hicimos adultos?
Durante los siete años que me duró la carrera asistí cada viernes religiosamente al evento. Unas veces durante solo unas horas; otras, hasta el cierre o incluso más allá. Eso en alguna ocasión propicio regresos a casa poco ortodoxos y algunas locuras que incluyen desde volver caminando durante casi dos horas de noche y campo a través,  hasta el viaje pseudosuicida de 12 personas en un SEAT 131 supermirafiori.
Allí pasaron muchas cosas sorprendentes, inenarrables; algunas absurdas y otras no tanto: Lepe perdió sus dientes, yo descubrí la perrera municipal y su cámara de gas, se creo la comisión de huertos con las biólogas, se gesto el BRL, conspiramos para cambiar el mundo…, pequeñas historias sin importancia para la mayoría, pero que fueron semilla de mi historia personal.
La vida siguió su curso de allí surgieron amores efímeros, parejas que aún perduran, amistades que ni la muerte pudo truncar y proyectos de personas que luchaban por serlo. Yo fui uno de ellos. Lo recuerdo con cariño. Sin poder evitar la resaca del tiempo que deforma el recuerdo. Con la añoranza de lo que pudo ser y que el presente se empeña en desmentir. Vivencias de mi otra carrera.

Juliki, licenciado en Barracón

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Despertares


Hay ocasiones en la vida en que el pasado se cruza ante ti como una aparición. Uno camina sumido en sus alegrías y desdichas y algo le envía a otros tiempos, al ayer. Me ocurrió la semana pasada. Había anochecido, regresaba a casa tras mi primera jornada como teleoperador; iba analizando mi futuro laboral, resignado con su única expectativa: la de la subsistencia.
Fue entonces cuando de un estante abandonado junto a un árbol, una pegatina me asaltó para despegar recuerdos de mi oxidada memoria.
La primera sensación fue esto se lo tengo que enseñar a Lepe. Me quedé paralizado ante la imposibilidad de hacerlo. Por desgracia, Lepe ya solo pasea por Lavapíes en mi recuerdo y solo puede ver el barrio a través de mis ojos. Imaginé su reacción como si lo tuviera a mi lado. Hay personas que se van y, aún así, siguen transitando a nuestro lado, conversando con uno desde su ausencia.
Luego pensé en Jon, mi excompi de piso, del BRL, de la carrera y de tantas cosas. Su recuerdo cruzó el océano que nos separa para materializarse ante mí y festejar  el encuentro de esa pegatina.

Lepe tenía buen aspecto, se parecía al delegadillo de antaño, pero con la madurez del adulto en que se estaba convirtiendo ante de marcharse; Jon  también parecía el de otros tiempos, con el pelo abundante a media melena, como en una foto en la que aparecemos él, yo y el Olmos abriendo taquillas en la facultad. Mil fragmentos de mi etapa universitaria con sus correspondientes sentimientos adosados desfilaron en unos segundos ante mí. Supongo que en ese momento también fui otro, sin coleta, con cara de niño, el precursor de Juliki que hoy soy.
Han pasado más de veinte años desde que la pegatina y los barracones formaran parte de nuestra realidad cotidiana. No obstante, al verla, me trasladé de Lava píes a la facultad y un montón de buenos recuerdos me hicieron rejuvenecer.
“En los barracones también se aprende”.  Sí, así fue; algunos aprendimos a intentar ser mejores personas. Queda la duda de si lo llegamos a conseguir…

Juliki revitalizado por el recuerdo

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Sonría, por favor


Ya es oficial. Mi nueva reconversión laboral se ha confirmado. Mañana empiezo. Teleoperador.
Si hasta ahora buscar trabajo con mi prolijo y variado currículo era misión imposible con esta nueva aportación, que abre una faceta aún no explorada, la tarea va a ser la leche. Lo bueno es que teniendo trabajo se supone que no tengo que buscarlo. Solo se supone.
Yo soy de buen conformar. Me gusta trabajar. He aprendido a vivir sin lujos y con cualquier cosilla me apaño, pero...
No, si estoy contento. En cuanto pase el pánico de los primeros días, mi voz se acostumbre a hablar sin descanso durante horas y le vaya cogiendo el tranquillo, igual hasta me gusta. Es lo que tiene ser un casi adicto al trabajo que, al final, hagas lo que hagas, te acaba dando algo de satisfacción.
Con mi edad, mi formación y tal como está el patio sé que soy un tipo con suerte. Poder decir que tengo trabajo, aunque no sepa hasta cuando, aunque no me vaya a permitir más que vivir al día y recortando lo ya recortado, es para estar satisfecho.
Voy hasta el espejo en un ejercicio de autoexploración e intentando refrendar la realidad. El tipo que me mira desde el otro lado no parece contento, ni afortunado. Tampoco da muestras de sentirse satisfecho. Está mayor. Parece cansado. Cansado de reinventarse, cansado de sobrevivir aparcando ilusiones, cansado de ausentarse a ratos de una vida que se aleja de sus sueños. Está cansado de estar cansado.
Busco en el armario, entre la ropa hippiosa y de colorinchis que ya no cuadra mucho con mi edad. Sé que en algún rincón, en algún momento guardé un puñado de alegría, un soplo de ánimo, una brazada de ilusión. No aparecen. Resignado voy al cajón de las caretas. Tampoco hay mucho donde elegir. Me decido por la sonrisa Profiden.
Suena el teléfono y es mi chica, deportada a Andalucía por eso de que el trabajo escasea y uno no puede decir que no a las pocas oportunidades que aparecen. Me cuenta cosas, me pregunta a que hora he quedado a cenar con mis amigos...
La realidad se transforma. La vida se llena de cosas importantes, de sentimientos reales. La vida tiene cosas buenas; muy buenas; estupendas. Paso junto al espejo y el clon inverso parece rejuvenecido. Algo parecido a una sonrisa se atisba tras la máscara.
Por suerte, a veces, incluso la sonrisa Profiden en lugar de convertirse en mueca acaba cobrando vida.

Juliki re-muchascosas

lunes, 10 de noviembre de 2014

La incertidumbre del volver a empezar


Ha trascurrido una semana desde mi último día de trabajo como captador para una ONG en los hospitales. Otra etapa que se cierra. Me quedaban aún unos días de vacaciones que he empleado en visitar a una amiga. Sosiego, conversación y afecto en grandes dosis. ¿Hay algo mejor para encontrar el equilibrio y disfrutar de esos días de asueto? Finalizado lo bueno, que no puede durar eternamente, vuelvo a la normalidad, a refugiarme en la soledad de mi espacio. Sensaciones raras en esta jornada de reflexión, quizás antesala de lo que se me viene encima. Mañana entrevista-curso de formación para entrar a currar en el call center. ¿Seré capaz de realizar la enésima reconversión? No estoy en edad de volverme a reciclar, pero la alternativa se parece bastante a una ausencia de alternativa. Es lo que toca. No hay otra.
Intento buscar el lado positivo y aunque eso de acabar un trabajo y tener la posibilidad de comenzar otro es para estar contento, no puedo evitar una cierta sensación de derrotismo, de resignación. Desde hace un tiempo cada nueva oferta de trabajo es como bajar un nuevo peldaño hacia el inframundo del mercado laboral. Peores condiciones, horario de tarde y, para colmo, colgado de un teléfono que es uno de esos aparatos con los que no acabo de hacer buenas migas. Prefiero el cuerpo a cuerpo, como en los hospitales,  donde al menos tenía delante a la persona y podía usar el lenguaje corporal, visualizar sus reacciones…
Da igual, habrá que aprender, ilusionarse y seguir intentando hacerlo bien. La tarea no importa si uno está decidido a intentar sacarla adelante.
Me gustaría haber terminado ya el curso de formación, conocer los detalles completos del trabajo y tener la certeza de que van a cogerme. Es tal vez esa duda la que me mantiene intranquilo, inquieto, expectante…
Miró la cama que parece invitarme a sumergirme en ese mundo onírico donde el currículo y la edad carecen de peso, donde si el trabajo es malo uno puede ahuyentarlo en un abrir y cerrar de ojos. Va siendo hora de abrazar a Morfeo, de intentar descansar para estar mañana fresco, aunque la incertidumbre se empeñe en seguir rondando en la cabeza. ¿Qué me deparará el mañana laboral? ¿Pesadilla o sueño? ¿Susto o muerte?

Juliki al borde de la piltra