viernes, 31 de octubre de 2014

Escritura terapéutica


Tengo una amiga que cuando escucha que alguien ha tenido que acudir a un psicólogo o a un terapeuta se pregunta si carecerá de amigos. Para ella la mejor terapia consiste en hablar los problemas con los que constituyen tu entorno inmediato y que tú has elegido para que formen parte de tu vida: los amigos. Insiste en que es mucho mejor contárselo a aquellos que se supone te quieren y conocen que a un perfecto desconocido. Además, uno se ahorra un dineral que siempre puede emplear en pagar la ronda de cervezas para agasajar a aquellos que te aguantan y te cuidan.
Yo, sin ser tan rotundo en la afirmación, comparto la idea. En el fondo cuando uno se sincera y se comunica con alguien saca a la superficie sus dudas, inquietudes, miedos… y en esa puesta en común hay una especie de liberación que, en si misma, es idéntica al primer paso de cualquier terapia. Por desgracia en los tiempos que corren a veces se hace difícil quedar con los amigos. Más, si por suerte o desgracia, uno habita una gran ciudad. La vida moderna con sus prisas crea distancias, vacíos, separaciones… y con ellas nuevas necesidades. Las terapias son un claro ejemplo; proliferan más porque cada día le dedicamos menos tiempo a esas charlas y puestas al día que se asemejan a las confesiones de antaño. Las quedadas, para economizar tiempo, tienden a hacerse en grupo y en ese maremágnum colectivo, el cara a cara y las distancias cortas y sosegadas que requiere la confesión resultan complicadas. Al final nos limitamos al resumen y a esbozar lo que han sido nuestros acontecimientos más relevantes desde la última vez que nos vimos las caras que fue… hace mucho, demasiado.
Yo no suelo ser de los que llaman para quedar, el teléfono me da cierta alergia. Me gusta el trato directo y me desagrada conversar con alguien al que no puedo ver, ni sentir como reacciona. Por eso cuando pienso en dar el toque siempre acabo dejándolo para mañana. Tampoco se me da bien pedir ayuda cuando la necesito y para no acabar en una terapia con un desconocido, que posiblemente no me podría pagar, busco otras alternativas cuando los amigos no están a tiro. Escribo. En el fondo es ideal para alguien que tiene estrategia de rumiante. Primero te lo cuentas a ti mismo y si luego quieres socializarlo lo publicas en un blog; incluso puede que alguien comente algo y la terapia sea casi completa. Tal vez algunos de los blog que figuran por la red tengan una segunda intención subconsciente: la de ejercer una especie de terapia de bajo coste. Por cierto, tengo que dejaros; se ha acabado el tiempo de la sesión.

Juliki reflexivo y cumplidor

jueves, 30 de octubre de 2014

Nimiedades con enjundia


Aún hoy, próximo a entrar de nuevo en la vorágine del cambio, hay situaciones que me tranquilizan y me llevan a un punto de sosiego que debe ser algo parecido a disfrutar de la vida. Estar de vacaciones ayuda, cambiar de aires es primordial, más si en esa ciudad es donde ha ido a aposentarse, por obligaciones del guion laboral, una parte importante de mi vida. Hasta ahí las condiciones prometen, pero si le añadimos un paseo, un mercadillo tipo rastro antiguo y un mercado de abastos la mezcla se convierte en un bálsamo reparador.
Hoy los ojos se me llenaron de baratijas, cristales geométricos de lámparas, ropajes excéntricos, antigüedades con aroma a sapiencia, libros donde el polvo y la cubierta se confunden y miles de cachivaches más que me retrotraen a la infancia.
Recuerdo esos domingos de la mano de mi padre en el rastrillo de Tetuán, con los ojos desorbitados admirando aquellas maravillas que sobre una tela en el suelo se agolpaban informes: esos objetos desparejados, los juegos incompletos o los muñecos amputados que por unas monedas podía pasar a formar parte de mi universo infantil. Compañeros de juegos, tullidos, pero que me hacían feliz. Eran otros tiempos donde cualquier nimiedad desataba la ilusión, donde todo era nuevo y por descubrir, donde la escasez se suplía con imaginación.
Ahora es distinto, los chavales han visto de todo, tienen de todo y sus juguetes acaban en el contenedor al menor rasguño o simplemente despreciados por aburrimiento a las pocas jornadas de juego. Eso sí,  para ser sustituidos por la última novedad anunciada en la tele que les llegan encapsulada en toneladas de plástico y embalajes más costosas y contundentes que el propio objeto.
Creo que tuve una infancia feliz, aun sin scalectrix ni bici ni balón de reglamento ni…
Estaban esos pequeños objetos de saldo que junto a la grapadora, una simple chapa y una canica mellada convertían las tardes de invierno tumbado sobre la alfombra en un mundo infinito y lleno de aventuras por vivir.
Salgo del trance y continuando el paseo aterrizo en el mercado, ese lugar que conserva la cercanía de antaño, ese trato amigable entre perfectos desconocidos que, en las grandes superficies, se evapora en pos de unas prisas que todo lo adulteran. Huelo el pescado, admiro el colorido de la fruta y vuelvo a estar repleto de sensaciones agradables, cercanas, vívidas.
La vida esta compuesta de pequeños instantes de sosiego que obviamos al intentar vivirla con demasiada premura e intensidad. Es un error perseguir a la carrera la plenitud, porque la esencia se encuentra en lo aparentemente banal: un paseo sin rumbo, un bártulo sin utilidad aparente, la luz del mediodía cruzando sin prisa el mercado al acabar la jornada.

Juliki en calma antes de la tormenta

miércoles, 29 de octubre de 2014

Espectadores sin voluntad


Vivimos ante una paradoja diaria. Tenemos la información más accesible que nunca y a la vez nuestro grado de desinformación es el más elevado. La cantidad de noticias a nuestro alcance es tal, que no nos da tiempo a procesarlas y pasan ante nuestros ojos sin dejar demasiada huella o no toda la que debieran. La abundancia de sucesos y la inmediatez con que los vivimos hacen que muchas veces nuestra reacción ante ciertos acontecimientos sea escasa o nula.
Contemplar los telediarios es como estar sentado en una butaca con los tobillos y las muñecas sujetas por correas; ante nosotros vemos desfilar la realidad como si se tratara una carrera de F1. Lo peculiar es que en cada vuelta los coches cambian, son de otra escudería y el piloto que los conduce es nuevo. Da igual si se saltan las normas o cometen irregularidades seguimos observando, de manera pasiva, mientras su carrera continua.
Un escándalo tapa al siguiente en pocas horas o días y la indignación que nos provocó en su momento, se diluye. El resultado es que trascurrida una semana ciertos personajes dejan de ser noticia y olvidamos la rabia que nos provoco su actuación.
Repaso la lista de listillos y ladrones que tanto abundan en estos días y me sorprende descubrir que la mayor parte de ellos permanecen en el olvido, están pendientes de un farragoso proceso judicial o siguen con su vida como si nada. Casi seguro que saldrán indemnes.
¿Cuál es nuestra reacción? No existe; no hay reacción. Nos acostumbramos y acabamos asumiendo que el mundo es así. Volvemos a nuestra vida con afán de sobrevivir, pues mañana será otro día en el que toca madrugar. Esa vida diaria nos deja exhaustos y los problemas cotidianos anulan nuestra respuesta.
Antes destapar un caso, saber la verdad sobre un asunto escabroso tenía consecuencias para el infractor. Ahora pasamos a la siguiente página y leemos el siguiente relato sin conocer el final del anterior. La mayor parte de las historias acaban con un final abierto o lo que es peor un final trucado. Se van de rositas y nosotros seguimos sin reaccionar, sumidos en una especie de involución.

En el siguiente enlace se habla sobre esa inacción y da que pensar: http://gazzettadelapocalipsis.com/2014/01/07/por-que-no-estalla-una-revolucion/

Juliki arreactivo

lunes, 27 de octubre de 2014

Surfear, nadar, hacer el muerto o…


Está claro que para mantener una rutina, además de constancia, se necesita estabilidad. Al menos yo.
Cuando los pilares en los que baso mi existencia sufren vibraciones por un posible tsunami o revolución me pongo a rumiar, a temblar y abandono mis más firmes propósitos. Suena a nueva excusa, pero es real como que el sirimiri te cala sin que te des cuenta.
Las dos últimas semanas mi mundo laboral ha vuelto a convulsionar con pros, contras y algún no sabe no contesta.
Todo empezó con una llamada de mi exjefe que, acuciado por unos trabajos urgentes, decidió ofrecerme trabajar en negro ocupando mi anterior puesto de trabajo, el que tenía con contrato. Como mantenía el curro con la ong, en el que cotizaban por mí, aunque fueran unas pocas horas, decidí no planteármelo y  rehusar amablemente con un “en otra ocasión será”. En mi mente, no obstante, quedó el runrún dañino de dilucidar si tiene sentido caer tan bajo y ocupar en B el puesto de trabajo que otrora fue tuyo en A. La necesidad supongo que nos puede hacer rebajarnos aún mas, sobre todo, cuando uno no puede alimentarse con sus principios; pero ese es debate para otra ocasión.
A la par un amigo de un amigo, única forma real de acceder a un trabajo, me puso en contacto con una gente que tiene un proyecto educativo con chavales muy interesante. Buscaban profes con conocimientos en ciencia y capacidad para sumarse al proyecto educativo. Nada de lo que poder vivir, pero sí al menos unos ingresos ocasionales con una actividad ilusionante. La cosa prometía y tras charlar con ellos vía skipe, me invitaron a asistir a una clase para ver la dinámica y conocernos. Lo que ocurrió me dejó totalmente descolocado y me lo reservo para una próxima entrada pues todavía ando intentando comprender la experiencia.
La tercera gran oleada surge cuando unos días después de confirmarnos los nuevos hospitales para el mes de noviembre mi jefa se presenta a comunicarnos que el curro de captador de sms, ese en el que cotizaban por mí, se acaba el 7 de noviembre. Por suerte o desgracia el anuncio viene acompañado de un “premio”, que consiste en una oferta para trabajar cuatro horas por las tardes en el call center en unas condiciones aún por determinar, pero que no creo que sea un paso adelante en mi mejora laboral sino más bien lo contrario.
Y en esas ando, surfeando sobre el tsunami, me temo que camino de una mayor precariedad laboral o del paro sin derecho a prestación de desempleo si nos ponemos en lo peor; pensando que si soy coherente un mes más toca hacer entradas como loco o cerrar el blog. Y es que no hay mejor antídoto que centrarse en problemas menores cuando la ola de las preocupaciones irresolubles está a punto de engullirte.

Juliki sin salvavidas a mano

domingo, 12 de octubre de 2014

Las caras del mundo


El ébola se ha convertido en la gran amenaza que ha invadido el mundo, al menos el informativo. En unos pocos días no se habla de otra cosa. Es cierto que la posible expansión de una epidemia es para que salten todas las alertas, se tomen precauciones y para que todos nos pongamos a buscar una solución.
Pero el ébola no ha salido de la nada para infectar nuestras vidas. Lleva existiendo años y durante ese tiempo apenas ha ocupado unos segundos en los telediarios, por lo general en el tiempo basura de los mismos, sin acaparar titulares.
¿Qué ha cambiado? ¿Las muertes masivas? Pues no. De hecho, creo que en las últimas fechas no se ha producido un incremento del número de fallecidos. La diferencia estriba en el lugar de residencia de los muertos y la calidad de los mismos. Si la vida que se pierde es del mundo civilizado hay un peligro mundial; si mueren negros en África será porque son descuidados y tercermundistas, pensaran algunos; otros, atareados en su vida de primer mundo, ni se molestaran en pensar en esa perdida de vidas; solo una minoría alzará su voz y reclamará una cura para esa enfermedad mientras  tan solo afecte al tercer mundo.
Eso sí, ahora que unos pocos ciudadanos de primer nivel se han visto infectados por el virus se reclama a los gobiernos una urgente actuación y todos nos preocupamos de que se encuentre una cura. Ahora se habla de sacar una vacuna en unos pocos meses, cuando llevan años padeciendo la enfermedad en África.
Es triste, pero en la cara A del mundo, donde lo importante es la economía, las personas tienen un escaso valor y si son miembros de la cara B de dicho mundo, entonces ninguno.
Oigo una noticia propia de la sociedad deshumanizada en que vivimos y que confirma mis palabras. Hay preocupación por que el asunto del ébola haga caer la Bolsas y eso afecte a la economía.
¿Qué fue de la importancia de vida de cualquier ser humano sin importar su sexo, raza, ideología, religión o procedencia? Papel mojado de los derechos humanos seguramente.

Juliki, miembro accidental de un mundo de inhumanos

domingo, 5 de octubre de 2014

Curarse por dentro


Tendemos a culpar a otros de nuestros males. La lista de sospechosos es larga: nuestros padres, profesores, novias, amigos, parejas, jefes…
Cuando ninguno de ellos está a tiro culpabilizamos al azar, a las circunstancias, a la providencia o incluso al gobierno. Es cierto que todo lo que nos rodea influye en nuestra vida; también esas personas que forman parte de nuestro entorno interfieren en lo que nos ocurre y en las decisiones que tomamos; pero no son los responsables del devenir de nuestra existencia.
La culpa, si es que hay que cargársela a alguien, es enteramente nuestra. Nadie más que uno mismo tiene la responsabilidad de conducir su vida, pero como nos da miedo pilotar  nuestra existencia, nos apoyamos en otros para repartir la culpa y llegado el momento de que algo salga mal, optar por lo cómodo y sencillo, que es señalar con el dedo al otro e ir de mártir.

Yo, como casi todos, fui quemando etapas y, cuando creía que me estaba convirtiendo en un adulto más o menos integro y mi vida parecía encarrilada, me encontré con el páramo de paro. La travesía hasta el siguiente trabajo fue dura, pero el reingreso a una vida laboral de clase b, donde el futuro acabó ayer y la única expectativa es sobrevivir a un mañana que no existe, han creado una fractura en la persona que creía ser. Es como si la ilusión se fragmentara en miles pedazos que pasan a constituir un puzle infinito. Si solo fuera eso lo que ocurre uno podría armarse de paciencia, reunir las piezas y recomponer su vida, pero la realidad es que además, cuando quieres ponerte a la tarea, notas, sientes, sabes que faltan piezas.

Lo que me ocurre con el blog es un claro ejemplo de ello. Quiero y no puedo. Llevo tiempo buscando una pieza esencial en el Juliki que fui: la constancia. Ese martillo pilón que golpea incansable una y otra vez hasta que consigue dar forma a la vida que quiere vivir. Lo malo es que siento que ya no está en la caja. De momento la voy sustituyendo por otras parecidas: el esfuerzo, la obstinación, los compromisos forzados…, pero que no cumplen la misma función. No encajan en esa posición.

Como este mes no quiero que pase como en los dos anteriores y dedicarme los últimos días a escribir a lo loco para completar las seis entradas. Intento empezar antes.
No es la constancia de antaño reencontrada. Es fabricar una pieza falsa que dé el pego, usar un parche, poner una tirita, que no sana la herida, solo la protege.  Soy consciente que para volver a ser el que fui debería curarme por dentro, pero de momento intentamos evitar que la herida se gangrene hasta encontrar la medicina sanadora. Una de esas piezas que completan el puzle.

Juliki manipulando fichas