jueves, 8 de agosto de 2013

Nuestro sino


Que cada día esto se parece más al gran hermano (no el programa de televisión, sino el de Orwell) empieza a ser más que evidente y lo peor es que es asumido por todos con cierta resignación ¿cristiana? Lo terrorífico de la situación no es el punto al que estamos llegando, que también, sino que nos quedemos impasibles como si la cosa solo le afectara al vecino.
Pero eso se va a acabar porque el vecino va a dejar de sernos indiferente. Desde el ministerio, nos animan ahora a espiar y denunciar al prójimo: a desenmascarar a aquel que trabaje en negro o no declare el IVA o…, porque Hacienda somos todos.
No voy a defender al que birla al Estado unos pocos euros, aunque sea para buscarse la vida y sobrevivir. Está feo y no debería hacerse, pero cuando la disyuntiva es entre ser legal o subsistir, y el Estado se desentiende a la hora de cubrir las necesidades básicas del ciudadano, pues que quieres que te diga: ¡Viva la ilegalidad y que se joda el Estado! Vale que el Estado también somos todos y que en el fondo es una especie de autosodomización, pero cuando veo a la Ministra alentar la delación del vecino parado no puedo por menos que sonreír, recordar su contrastada cualificación, su sueldo de por vida y el hecho de que hasta hace unos días su vecino-compañero de partido era Barcenas; y eso tan cristiano de predicar con el ejemplo se me viene a la cabeza. No puedo evitarlo igual es pecado o una blasfemia, pero me  entran dudas sobre quienes somos todos.
Y hablando de ejemplos y de predicar. Hace unos días, unas amigas que participan en una exposición itinerante me han comentado que en cierta localidad, al ir a colgar las obras en los balcones del pueblo les han dicho que, antes de hacerlo, debían pasar un filtro y recibir el visto bueno del… señor cura. Sí, tal cual; como en los viejos tiempos. Las fuerzas vivas cobrando preponderancia de nuevo.
Parece que es nuestro sino retroceder al pasado en toda su extensión si no reaccionamos pronto y de alguna manera. Igual va siendo hora de elegir bando ¿Resignarse o delinquir? Se admiten sugerencias alternativas.

Juliki deshojando la margarita

viernes, 2 de agosto de 2013

Un marciano con coleta


Que soy un tipo extraño tirando a rarito es una realidad. No puedo negarlo. Poca gente con la barba encanecida se pondría pantalones rosas, naranjas, morados… con la despreocupación que yo lo hago o pretendería aprender a montar en bici a estas alturas o se ilusionaría como un niño de cinco años ante la noche de reyes por un trabajo temporal de esclavo donde la creatividad es poca o nula. ¿Por qué actúo así? Pues no lo sé muy bien. ¿Un error genético, tal vez? ¿Una malformación del pensamiento? ¿Un defecto en la apreciación de la realidad?
Sí, quizás sea eso: un intento por enmascarar la realidad poniendo algo de colorido en una vida gris o por seguir aprendiendo cosas nuevas o por tener la ilusión de no perder la ilusión cuando la realidad cotidiana no ilusiona.
Me gusta trabajar; esforzarme por hacerlo bien. Me encanta ese sabor a satisfacción que el cansancio deja en mi cuerpo cuando acaba la jornada. Esas ganas de volver a empezar al día siguiente de nuevo. “Más y mejor”. Tan solo comparable al regusto de una cerveza bien fría que te incita a tomar otra más.
No entiendo el mundo. No entiendo a la humanidad. Tampoco entiendo a mis compañeros de curro. Durante cuatro horas al día, nuestro trabajo consiste en andar en círculos empujando una barra que acciona una dinamo para proyectar una especie de película. No es demasiado creativo, pero trabajamos quince minutos para descansar a continuación otros quince. Los ciclos se alternan para un total de dos horas de trabajo y dos de descanso. Todo un lujo para los tiempos que corren. No nos pagan mal y encima cobramos puntualmente antes de que acabe el mes. A pesar de ello, la mayoría de mis compañeros intentan racanear un par de minutos a cada turno de trabajo, varios llegan tarde sin que les cause la menor preocupación e incluso alguno se ha dormido durante uno de los descansos y ha “olvidado” acudir al turno de trabajo.
Tal vez yo sea demasiado responsable, cumplidor y obsesivo con la puntualidad. Nunca he llegado tarde a trabajar. Por eso, cada vez que se acerca la hora de comenzar otro turno me levanto, les recuerdo que nos toca reanudar el trabajo y me encamino a mi puesto. La mayoría de las veces solo. Cuando veo remolonear a mis compañeros, intentando arañar unos minutos me cuesta entenderlo. Nadie les ha obligado a aceptar esas condiciones de trabajo, que por otra parte son más que aceptables. ¿Por qué entonces no disfrutar del privilegio de tener curro e intentar hacerlo bien?
Soy un antiguo o algo peor. Empiezo a pensar que soy un engendro, una aberración mutante; me siento como un habitante de otro planeta conviviendo con miembros de otra especie.
Lo peor es que al acabar la jornada laboral me regojo la melena en una coleta, salgo a la calle y fuera del trabajo me ocurre algo parecido.
Me siento atrapado, intento huir, pero, por desgracia, no consigo recordar dónde aparqué la nave.

Juliki extraterrestre