domingo, 31 de agosto de 2014

¿Caos programado?


Se aproxima septiembre y da comienzo el nuevo curso. Es época de elaborar listados de buenas intenciones que se incumplirán una vez más o de desistir del intento y vivir el día a día a pelo. A mí me gustaría probar una nueva alternativa.
La idea no es mía. Surge de una conversación de madrugada en un autobús camino de Sevilla, pero antes de plantearla mejor contar los antecedentes.
La historia, peculiar cuando menos, comienza al llegar a la estación de autobuses. Había decidido para ganar tiempo y evitar aglomeraciones propias de los días de operación salida viajar de madrugada. Lo segundo no se cumple. La estación está abarrotada y el caos se extiende en el andén. Mi autobús, el número dos, no aparece. Recorro las dársenas preguntando a los conductores que llegan que dicen no saber el número de su autobús hasta que pasen por control. Lo dicho el caos. Localizo el uno, el tres, el cuatro, el once, doce, trece, catorce… Del dos ni rastro. Los pasajeros del dos paseamos las mochilas y maletas pululando sin precisión, como un electrón sobreexcitado, preguntándonos entre nosotros. Me canso de seguir a la manada y me paro a pensar. Hay un hueco entre el coche uno y el tres. La lógica dice que ahí parará el dos. Otro chaval parece haber pensado lo mismo. Lo confirmo en un breve intercambio de palabras. Quedan cinco minutos para la salida y la manada se arremolina junto a nosotros preguntando. Ambos respondemos no saber, pero que pensamos que llegará a esa dársena vacía. Llega un bus, el conductor sale y la masa se le hecha encima. El chaval y yo esperamos sabedores de la respuesta que les espera. “No sé el número hasta que pase por control”. Regresa el chófer y antes de que la masa le arrolle exhibe el papel con el número dos. El chaval y yo nos sonreímos. La lógica funciona a veces. Dejo la maleta y subo al autobús. Mi plaza es la 36. Unos asientos antes de localizar el mío saludo al pasar al chaval ya sentado en su sitio. Acoplado en mi asiento escucho una conversación ajena. Una parejita de píe pregunta a otro ocupante si puede cambiarles el sitio para ir juntos. Él, amablemente, les indica que siempre pide esa plaza que es un poco más amplia, la que hay justo sobre la puerta trasera, y que no quiere cambiarla. La pareja parece contrariada. El ocupante se apresura a indicarles que pueden intentarlo con el viajero de la otra plaza. “Cierto, vamos a preguntarle al de la 36”. No doy tiempo a formular la pregunta. Me levanto y les indico: “el 36 os cambia el sitio”. Tras los agradecimientos llego a mi nueva ubicación. Allí el chaval con el que conversé en el andén me dice. “Tenía el presentimiento de que este viaje lo haríamos juntos” Pienso en las casualidades, en la afinidad con ciertos desconocidos, en ese destino ya escrito que algunos defienden. Nos presentamos y el viaje comienza, con retraso, pero prometedor.

Juliki en la ruta

viernes, 29 de agosto de 2014

Generosidad contable


Llevo una temporada escuchando y leyendo quejas sobre la falta de reciprocidad de ciertas acciones que me dejan un tanto anonadado. Supongo que gran parte de esos comentarios son achacables al uso que se hace de las redes sociales. Esa costumbre de ser políticamente correcto en la red, porque nunca se sabe, que nos hace navegar con la careta puesta y la calculadora de la rentabilidad en la mano.
Comentarios del tipo “no entiendo porque la gente a la que le doy al me gusta no hace lo mismo con mi pagina” o “no soporto que “amigos” a los que apoyo acudiendo a sus  eventos no hagan lo mismo con las míos”, me parecen preocupantes. Demasiado egocentrismo suelto. Me dan ganas de sugerir siempre una posible respuesta: ¿No te has planteado que aunque a ti te guste o interese la página o el trabajo de otro no necesariamente el tuyo tiene que ser de su agrado?
Soy un defensor del beneficio del apoyo mutuo. Pero cuando uno decide que algo le gusta o le interesa, como acudir a un evento, toma una decisión personal y desinteresada. Si alguien generosamente apoya algo o a alguien se supone que lo hace porque le gusta, le apetece o similar. Sin esperar nada a cambio. Si regalas tu tiempo, tu afecto o tu esfuerzo no deberías querer ni esperar nada a cambio. Un regalo es eso: dar. Uno decide de manera voluntaria en qué o quién emplea su generosidad y esa generosidad no lleva implícita en ningún caso la reciprocidad. Si la hay, pues bienvenida sea; si no aparece, es absurdo esperarla, exigirla o reprochar su ausencia.
Los afectos no son moneda de cambio, no son un trueque comercial. Uno los siente los deja fluir y disfruta repartiéndolos. Es bonito cuando son mutuos, pero uno, al darlos, no los contabiliza, no los entrega esperando ser correspondido ni recompensado.
En las redes sociales y por desgracia en la vida real se están olvidando dos de las que yo creo virtudes necesarias: la sinceridad y la generosidad. Que le vamos a hacer soy un antiguo. Aunque parece que no el único. Para muestra un fragmento de “Mientras no digas te quiero” donde los personajes de Lola Beccaria lo explican mejor que yo.

“Pues que el servicio a los demás debe hacerse con elegancia, sin espíritu contable. La  generosidad no debe practicarse a la espera de una reciprocidad a toque de corneta. Eso es lo que hace que te pongas en el lugar equivocado. Cuando das, si inmediatamente te colocas a la espera de la palmada en el lomo, estás convirtiéndote en una pordiosera que pide su limosna, o bien en una sargenta que exige lo que le deben, y así corres el riesgo de no ser pagada como deseas. Uno puede programar su propia generosidad, lo que no puede hacer es programar el agradecimiento de los otros.”

Al final va a resultar que el mundo virtual nos lleva también al engaño y al error.  No es bueno ni realista creerse que uno tiene 5000 amigos, aunque sea de manera virtual. Como los abrazos, los amigos deben sentirse. Es mejor poder tocarlos y, por desgracia, suelen contarse con los dedos de las manos.

Juliki regalando críticas

martes, 26 de agosto de 2014

Convivir con la contradicción


Quejarme de mi trabajo y a la vez defender que ansío conservarlo a toda costa no deja de ser una contradicción.
Si el trabajo no es lo que buscaba o no complace mis expectativas debería dejarlo y buscar otro. El problema es que después de mi experiencia desesperante buscando sin resultados me ronda la casi certeza de que a ciertas edades ser contratado es casi una quimera. No sé si es que con la edad uno pierde el valor y las energías y se agarra al “Virgencita, virgencita que me quede como estoy” o que a veces la realidad no ofrece otra alternativa que la resistencia.
En cualquier caso quejarse y no hacer nada por cambiar la situación ni ayuda ni soluciona el problema.
Mi actual trabajo tiene los días contados. Aunque intente engañarme y mirar hacia otro lado es una campaña que lleva más de un año. Es cierto que desde que entré los resultados han sido satisfactorios, pero llegará un momento que deje de ser todo lo efectiva que está siendo y decidan retirarla. Y entonces, ¿qué?
Llevo una temporada dándole vueltas a una idea: si nadie me contrata por la edad y parezco condenado al desempleo y la precariedad algo habrá que hacer. La solución que se me ocurre es contratarme yo mismo, o sea, generar mi propio puesto de trabajo. Vamos, lo que se suele llamar eufemísticamente ser un emprendedor. Me miro al espejo y me da la impresión que no doy el perfil. Quizás con 20 años menos y las ganas de comerse el mundo que da la juventud… Ahora no lo veo.
A pesar de ello lo analizo buscando una salida. El primer problema que se me plantea es que tengo madera de trabajador por cuenta ajena, siempre lo he sido y no me veo como un emprendedor. Vuelvo a la contradicción pues cuando he estado trabajando por cuenta ajena he innovado, he tomado la iniciativa para cambiar y mejorar cosas, he asumido responsabilidades que no me correspondían por el bien de la empresa… En cierta medida he mostrado características que podrían servir para emprender.
Todo eso está muy bien, pero no deja de ser andar por el alambre con la red puesta. El empresario es quien asume los riesgos en ese caso, no nos engañemos.
Emprender implica otras muchas cosas y yo no lo soy por muchas razones. Además del miedo que me atenaza me falta ímpetu, creatividad y sobre todo ideas. Para montar ahora una empresa o un negocio hay que partir de una idea feliz y que tenga posibilidades y futuro. Me estrujo las meninges y esa idea brillante se resiste, no llega. Ahí seguimos, encadenando contradicciones. Cuanto más pienso menos se me ocurre. Estoy seguro que valgo para trabajar, aunque no encuentre trabajo.
Y es que como me dijo el orientador en un coaching para parados tras contarle mi experiencia laboral: “Joder, eres impresionante, vales para currar de cualquier cosa. Eso sí, tu currículo no hay quien lo defienda. Si me llega a mi despacho de recursos humanos no sabría que hacer con él y acabaría en la papelera”. Contradictorio, ¿verdad? Pues toca vivir con ello y seguir ideando alternativas.

Juliki buscando la panacea laboral

lunes, 25 de agosto de 2014

La difícil tarea de ser padre


Voy en el metro, intentando sumergirme en mi libro y que el mundo, mi mundo, se anule por un rato. Estoy a punto de entrar en la ficción del papel, en una de esas historias de otros que no duelen como las propias. Un quejido infantil me trae de vuelta. Intento resistir. El lloriqueo se hace agudo y constante. Con el gesto torcido regreso al vagón.
Frente a mí, un padre sujeta a su niño que es la fuente del lamento. A mi lado la madre intenta tranquilizarlo con palabras cariñosas. Al crío le duele el estómago y por eso gimotea y se queja. Los padres se miran, no se dicen nada, pero se intercambian una mirada que significa “haz algo, te toca”. Intento volver al libro, a la lectura; pero sin poder evitarlo mis ojos se giran hacia la madre. Ella abre el bolso y saca una botella que tiende al padre, que no parece muy conforme, para que le dé al niño de beber. Me estremezco. No es agua, ni zumo… es Coca cola. El niño bebe y su llanto se interrumpe. Silencio. Aprovecho la tregua para salir del asombro y regresar a lo mío. Tres, dos, uno y… el megáfono se reactiva, mientras las lágrimas forman churretes en la carita del pequeño. Los padres resoplan y la bebida reaparece para acallar el lloriqueo. Me espeluzno. Sé que cuidar y educar a un niño debe de ser de las tareas más complicadas. Asumo que en ciertos momentos, la persistencia infantil puede desquiciar a cualquiera, pero…
Vuelve el lloriqueo y con él la cara de impotencia que asola a los progenitores. Siento remordimientos ¿Quién soy yo para juzgarlos?
De repente, ensimismado en esos pensamientos me sorprende el llanto que cesa. Me giro. Los padres descansan aliviado mientras el niño, sonriente, devora unas chuches.
Definitivamente el carné de padre debería ser obligatorio y yo me alegro de la decisión de tome de no ser padre.

Juliki criticando sin carné

lunes, 18 de agosto de 2014

La resaca del presente


Los que conservan el trabajo desde hace tiempo, por mierdero que sea, no se pueden ni imaginar lo que supone llevar una vida trabajando, y que de repente se abra la trampilla del desempleo bajo tus pies. De la noche a la mañana te ves convertido en un parado, con el currículo desactualizado y esa edad peligrosa que amenaza con derribar el chiringuito que con esfuerzo has intentado mantener en pie: tu vida.

Cuando te sucede no puedes entenderlo. Hasta ese momento la crisis parecía no existir, era cosa de otros. Tú solo quieres volver a trabajar, en lo de antes o en lo que sea, pero la realidad se empeña en recordarte que la crisis te ha alcanzado y que con tus circunstancias es difícil encontrar dónde trabajar. Vale que uno puede “mantenerse activo”: inventarse tareas, curso, incluso preparar una oposición mientras cobra la prestación; pero nada de eso maquilla la situación. Cuando estás en el paro los días pasan y los ves caer como fichas de dominó alineadas. La anterior tumba a la siguiente y cada jornada se aproximan a ti que esperas bajo la última a que se consume la caída de esa que acabará aplastándote.
Frustración, querer y no poder es la idea, pero la sensación va más allá, enraíza dentro de ti y te va robando la vida cada mañana, tarde y noche. La sombra de la resignación oscurece tus días, aunque quieras plantarle cara.

Ahora que tengo trabajo lo único que deseo es conservarlo, seguir saliendo cada mañana con un destino y propósito claro, continuar cobrando aunque sea esa miseria mensual que me permita cubrir gastos y  que las hojas del calendario se sigan volteando sin sobresaltos. Sobrevivir, aunque uno preferiría vivir.

Trabajo para una empresa que a su vez presta sus servicios para una ONG. Mi contrato es de tres horas diarias con un sueldo bruto de 300 euros al mes más comisiones. Tengo que cumplir unos objetivos mensuales y si no los logro pueden despedirme, sin más. Además, es una campaña que cuando lo consideren oportuno puede acabar sin previo aviso y en ese caso también me veré en la calle. Para conseguir los objetivos, y alguna comisión que eleve los ingresos a mínimos aptos para la subsistencia, trabajo cinco horas diarias aunque, como ya dije, cotizo por tres. Así sobrevivo de momento y me considero un privilegiado. Suena raro, pero es verdad. No debo nada a nadie, tengo donde vivir, me da para comer y si me administro hasta algún día, como excepción, un tinto de verano puede caer en un bar.

Me miro al espejo y aparece un retazo del jovenzuelo que fui y que quería comerse el mundo. Parpadeo y la reflejo recupera mi apariencia actual; una imagen mordisqueada por la vida, con surcos en la frente y una barba canosa que atestigua mi edad cercana al medio siglo.

—¿Privilegiado? —me pregunta el jovenzuelo reapareciendo—. Tú lo que eres es un fraude, un vendido, un derrotado. ¿No vas a luchar por el futuro?
Yo le-me miro y en lugar de replicarle con argumentos asiento dándole la razón. Porque una parte de mí piensa que la tiene. A pesar de ello la vida tiene aún que enseñarle palabras que completen su ideario como frustración, sobrevivir, resignación... También tiene que comprender que el futuro no existe. Es solo presente al que se le borraron las ilusiones. Después, cuando asuma eso, si tiene suerte, puede pasar cualquier cosa.

Juliki ¿Resignado, derrotado, sin futuro, simplemente mayor o realista?

sábado, 16 de agosto de 2014

Ruleta rusa


—¿Otra vez con la misma monserga?
—No te pases.
—¿Pasarme? Eres tú el que se empeña mes tras mes en amagar con volver a escribir y luego se raja.
—No es eso. Es que…
—Es que no tienes tiempo, es que el trabajo te agota, es que tu vida ha cambiado y tienes que adaptarte… ¿Alguna excusa nueva? Por lo menos ponle algo de imaginación.
—Ahora va en serio.
—Seguro, ¿dónde he oído antes eso? Ah, en tu blog. ¡Qué coincidencia!
—Esta vez es de verdad. Voy a esforzarme y mantener la constancia.
—Dos, tres días como máximo. Tal vez algo más aprovechando las vacaciones y luego vuelta a empezar. Reconócelo antes tenías menos tiempo y cada semana escribías un relato y de vez en cuando incluso una entrada del blog. Entonces sí te esforzabas y priorizabas lo que te aportaba ilusión: escribir. Ahora la pereza y el miedo te atenazan. Las ideas nunca llegan a plasmarse en papel, se quedan prisioneras en la libreta de notas o pululando sin forma en tu cabeza hasta que la censura del olvido las borra. No te engañes con el pasado. Careces de voluntad.
—¡Eso es falso!,  yo puedo…
—¿Seguir engañándote? Todo lo que quieras; pero no nos cuentes milongas a los demás. Eres cansino y das pena. Solo te falta ponerte a hacer pucheros. Por favor, eres patético.
—¿Qué te apuestas a que esta vez lo consigo?
—Lo que quieras, pero mejor vamos a dejarlo. Eres un perdedor, lo sabes y no puedes evitarlo.
—Pongamos un plazo. Si lo incumplo cierro el blog, pero si lo logro desaparecerás de mi vida.
—Lo último no es posible y tú lo sabes.
—Cierto, pues entonces te callaras durante tres meses.
—¿Y con que propuesta pretendes acallarme?
—Me comprometo a escribir un mínimo de cuatro entradas al mes.
—Eso no es nada. Ocho, mínimo.
—Cinco y no todas seguidas.
—Siete y todas las semanas debe haber alguna.
—Seis y ninguna será un simple párrafo.
—¿Seis? Acepto, pero agosto cuenta y la clausura del blog si pierdes corre de mi cuenta.
—¡Eso es injusto! ¡Ha pasado medio mes!
—¿Abandonas antes de empezar? Muy propio de ti.
—Ni hablar. De acuerdo. Comenzamos.
—Estás acabado igual que tu blog.
—Ya puedes cerrar la boca, al menos hasta que acabe agosto.
—Tictac, tictac…
—¡Silencio! Y por cierto, esta  entrada cuenta. Me quedan solo cinco. Je, je, je… Te recuerdo que no tienes derecho a replica, de momento.

Juliki disociado