lunes, 25 de agosto de 2014

La difícil tarea de ser padre


Voy en el metro, intentando sumergirme en mi libro y que el mundo, mi mundo, se anule por un rato. Estoy a punto de entrar en la ficción del papel, en una de esas historias de otros que no duelen como las propias. Un quejido infantil me trae de vuelta. Intento resistir. El lloriqueo se hace agudo y constante. Con el gesto torcido regreso al vagón.
Frente a mí, un padre sujeta a su niño que es la fuente del lamento. A mi lado la madre intenta tranquilizarlo con palabras cariñosas. Al crío le duele el estómago y por eso gimotea y se queja. Los padres se miran, no se dicen nada, pero se intercambian una mirada que significa “haz algo, te toca”. Intento volver al libro, a la lectura; pero sin poder evitarlo mis ojos se giran hacia la madre. Ella abre el bolso y saca una botella que tiende al padre, que no parece muy conforme, para que le dé al niño de beber. Me estremezco. No es agua, ni zumo… es Coca cola. El niño bebe y su llanto se interrumpe. Silencio. Aprovecho la tregua para salir del asombro y regresar a lo mío. Tres, dos, uno y… el megáfono se reactiva, mientras las lágrimas forman churretes en la carita del pequeño. Los padres resoplan y la bebida reaparece para acallar el lloriqueo. Me espeluzno. Sé que cuidar y educar a un niño debe de ser de las tareas más complicadas. Asumo que en ciertos momentos, la persistencia infantil puede desquiciar a cualquiera, pero…
Vuelve el lloriqueo y con él la cara de impotencia que asola a los progenitores. Siento remordimientos ¿Quién soy yo para juzgarlos?
De repente, ensimismado en esos pensamientos me sorprende el llanto que cesa. Me giro. Los padres descansan aliviado mientras el niño, sonriente, devora unas chuches.
Definitivamente el carné de padre debería ser obligatorio y yo me alegro de la decisión de tome de no ser padre.

Juliki criticando sin carné

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