miércoles, 1 de enero de 2014

Minucias con enjundia


Anoche estuve en un tris de sentarme a repasar el año, a hacer tediosas listas con lo bueno, lo malo y, lo que es peor, a punto de elaborar una retahíla de propósitos para el 2014. Fue solo durante un segundo; por suerte, mi cerebro y mi estómago se aliaron para enseñarme el camino correcto. Me fui a la cocina a hacerme un par de huevos con patatas que degusté con un tinto de verano. Luego cogí un libro y envuelto en una manta me senté en la cama a disfrutar ajeno al jolgorio exterior que llenaba el cielo de fuegos artificiales para festejar el nuevo año.
Durante un buen rato, acurrucado en la soledad de mi buhardilla y ensimismado en la lectura, el mundo y sus problemas desaparecieron. Durante ese tiempo, las fatigas del año se ausentaron, las desilusiones dejaron de importar y todos los males que horadaban mi vida en las últimas fechas dejaron de tener efecto sobre mí. Dicen que justo en el centro del huracán reina la calma y el silencio; tal vez ayer me refugié allí por un instante.
La vida es un continuo y por mucho que nos empeñemos en marcar una raya en el suelo separando un año de otro, los días se suceden y apenas nada cambia de uno al siguiente. Podemos cambiar nosotros, nuestra actitud, aprendiendo a disfrutar de las cosas pequeñas, de esos instantes en que alejamos lo negativo para saborear momentos que se disfrazan de felicidad. Para eso no hacen falta listas.
Definitivamente paso. Este año lo encaro a pelo, sin listas, proyectos ni buenas intenciones. Este año es presente y como tal toca vivirlo. Si mañana el huracán me arrolla intentaremos salir indemnes y seguir viviendo. Las expectativas, tan solo, el aquí y el ahora.
Además, no quiero que cuando acabe el nuevo año un listado, ya difunto, me recuerde que las ilusiones se han marchitado y, menos aún, reiniciar el autoengaño con una nueva enumeración que jamás se cumplirá
Del año que concluye me quedo con el regusto de los huevos con patatas que, con diferencia, fue lo mejor.

Juliki, al día