sábado, 31 de enero de 2015

Tahúres de la palabra


—Sabía que antes o después la cagarías. Solo había que esperar.
—¿Cagarla?
—No te hagas el tonto. El plazo se ha acabado y este mes solo has escrito cinco entradas.
—¿Y?
—No me jodas. ¿Ya lo has olvidado? Tenemos un acuerdo.
—¿Y qué dice ese supuesto acuerdo?
—¿Estás de coña?
—No te enfades. No vas a tener más razón chillándome.
—Es que no me gusta que se burlen de mí.
—Yo no haría eso nunca.
—Ah, ¿no? Pues acordamos que escribirías seis entradas al mes o cerraríamos el blog.
—Algo de eso me suena.
—Me das la razón.
—Puede, pero has olvidado dos cosas importantes: la primera que llevas el reloj adelantado cinco minutos. La segunda, que el blog es mío.
—Aunque el blog sea tuyo no puedes saltarte nuestro pacto.
—Todo acuerdo es interpretable.
—¿Eso implica faltar a tu compromiso?
—No es mi intención hacerlo; al menos de momento
—¿Entonces qué vas a hacer?
—Ganar tiempo, pulsar el botón de publicar e irme a la cama.

Juliki trilero

Sentimientos nómadas


Ha sido un mes raro. Intento buscar una palabra que lo defina y tras marear mi escueto vocabulario me inclino por desubicación. No consigo encontrar mi sitio en el trabajo ni en mi vida personal ni mucho menos un camino a seguir de cara al futuro. La crisis y la edad se han llevado por delante una parte de mi persona y la mayoría de mis expectativas. Sé que no soy el único que intenta reinventarse y parece no saber como hacerlo.
Es obvio que el alejamiento físico de mi pareja por motivos laborales es otro añadido a mi situación. Esa separación forzosa ha dejado de ser una novedad, que hasta resultaba divertida, para transformarse en una realidad cotidiana que cuesta asumir.
Supongo hay algo más, que tiene que ver con que mi espíritu sedentario se ha visto embarcado en una vorágine nómada con continuos viajes a Sevilla. Eso tampoco ayuda a ubicarse o aterrizar.
Nunca he sido mucho de comunicarme por teléfono. Necesito ver y tocar a mi interlocutor y ahora curro de teleoperador. ¿Adaptación, resignación supervivencia? Da igual: realidad.
Cuando llego a casa y suena el teléfono he de hacer un esfuerzo por no ponerme en modo curro y atender, generalmente a mi madre y mi hermana que quieren contarme cosas, cuando yo deseo con todas mis fuerzas alejarme de ese endemoniado invento que traslada voces sin abrazos. Después termino de hablar con la familia, pienso en que echo de menos a mi chica y descubro que el único mecanismo para acercarme a ella es volver a coger el auricular y marcar.
Vale, esta el Skipe donde además de hablar ves una imagen desdibujada de la persona, pero me ocurre lo mismo que cuando empecé a usar la kindle; ensimismado en la lectura me empeñaba el buscar en la esquina la pagina física para voltearla en lugar de apretar el botón. Aquí a veces se me va la mano a la pantalla en un amago de carantoña y la insatisfacción crece.
Pienso en reorganizar mi vida, centrarme y analizar mis sentimientos para que el próximo mes arranque con nuevos planteamientos, pero cuando me pongo a ello mis sentimientos se han montado en el Ave camino de Sevilla o de vuelta de allí. Y me siento un nómada encerrado en un cuerpo sedentario que no sabe que hacer con su vida.

Juliki sin destino

domingo, 25 de enero de 2015

Salarios de risa sin pizca de gracia


Mientras los políticos de todos los colores empiezan a calentar motores de cara a las futuras elecciones la vida sigue para el resto, como si nada. Los desahucios se suceden, las familias pasan penurias y los trabajos de mierda son la única alternativa para aquellos que tienen que alimentar a los suyos.
¿Hasta donde puede rebajarse la dignidad de un trabajador a la hora de aceptar un empleo? La pregunta así formulada es estúpida. La respuesta depende de la situación personal. Uno puede comerse los mocos y resistirse a la explotación si nadie depende de él. Puede apañarse con poco, acostarse sin cenar o rebuscar en los cubos de basura de las grandes superficies.
En cambio, si tienes niños, la cosa cambia. Toca tragar con cualquier condición por  leonina que sea para que a ellos no les falte el alimento, se mantengan al margen de la situación y tengan dulces sueños. Imagino que levantarse cada mañana con ánimo y dispuesto a maquillarles la realidad debe ser la peor pesadilla de un padre.
En los últimos días he leído noticias sobre ofertas de empleo que me han provocado ganas de estrangular a esa subespecie de la raza humana que son los empleadores. Curros con jornadas de doce horas sin vacaciones y sueldos irrisorios, ofertas con periodos de prueba sin sueldo de dos meses que simplemente debería ser delito ofrecerlos. Cuando uno las ve, después de superar la indignación y el cabreo se plantea si no se habrá exagerado un poco en pos de captar lectores, seguidores u oyentes. Por desgracia no es así y la realidad es incluso peor. Lo sé porque mi excompañera ha recibido una de las más insultantes ofertas de las que he oído hablar. Para colmo la oferta es a través de un amigo que, se supone, la conoce y aprecia su capacidad de trabajo. El chollo de empleo que la ofrecieron por ir recomendada consistía en cuidar a una persona de más de 80 años de ocho de la noche a ocho de la mañana todos los días, en Las Rozas, en negro y buscándote la vida para desplazarte hasta el lugar de trabajo por… 200 € al mes. Si descontamos los gastos de transporte hablaríamos de 140€ al mes, es decir, menos de 5€ diarios o lo que resulta más espectacular menos de 0,4€ a la hora. ¿Qué ser humano en su sano juicio, puede pensar que un semejante es capaz de sobrevivir con dicha retribución? ¿Se habrá planteado que haría él si le pagaran el salario que ofrece? Supongo que no y, además, seguro que se indignará cuando mi excompi decida renunciar  su “generoso” ofrecimiento.
Algo estamos haciendo muy mal cuando dejan de importar las personas y la crisis se reduce a estadísticas y cifras, incluso entre la gente de a pie. Igual es que el ser humano lo es hasta que demuestra lo contrario, hasta que pierde el respeto a sus semejantes. Me temo que estamos comenzamos a franquear las barreras de lo moralmente infranqueable.

Juliki rengando de la especie

domingo, 18 de enero de 2015

Surrealismo desquiciante


Ante la sinrazón intento mantener la mente abierta, respirar pausado, ponerme en la piel del otro y tratar de comprenderle. Hasta ahí el esfuerzo corre de mi cuenta y no me importa. Pero lo que derrota mi paciencia es que me den la razón y el único alegato ante un desatino sea esa frase gris y carente de argumento: Es así.
Si el así está mal, es absurdo o injusto, ¿cómo alguien puede soltar esa frase sin que su expresión en el rostro sufra una contorsión de desagrado? Entenderlo es difícil, vivirlo insufrible.
Navidades del 2014. Descubro un libro que a mi pareja le gustaría tener y tras jugar a los despistes y hacer como que ni me entero ni me interesa tomo nota y lo busco por Internet. Lo venden en la tienda del museo del Prado. Allí y solo allí. No hay problema se donde está y ya he comprado en otras ocasiones.
Al día siguiente me encamino a la tienda y descubro que ha cambiado de ubicación. Una vigilante muy amable me indica que pase por taquilla. Me dirijo a la otra puerta, espero la cola e indico mi intención de ir a la tienda.

—Son catorce euros.
—¿Cómo?
—La entrada son catorce euros.
—No, perdona. Me he debido explicar mal. No quiero ver el museo. Solo quiero comprar un libro en la tienda.
—Ya, pero es que para entrar en la tienda hay que pagar la entrada.
—Eso es nuevo. Antes no era así.
—Cierto, pero con la reforma eso ha cambiado
— Pues no es lógico.
—No, no lo es, pero es así.
—Entonces, si eres tan amable, desearía hacer una reclamación.
— Muy bien. Espera a que avise a mi superior.
 Me quedo allí apartado, sopesando lo absurdo de la situación. Solo quiero comprar un libro. Debería ser rápido y sencillo. Aparece la supervisora y le repito mis intenciones. La respuesta es idéntica y vuelvo a reiterar mi intención de reclamar. Me pide un minuto y se pone a hablar por teléfono. ¿Habré conseguido apretar el interruptor adecuado y el sinsentido va a arreglarse? Igual la burocracia tiene su corazoncito…
 —Dirígete a la otra entrada. Allí habrá un guarda de seguridad esperando que estará informado de todo.
—Gracias, muy amable.

Atravieso la puerta del museo y entro. Casi antes de explicarme el amable empleado de seguridad me dice que en un segundo viene su compañera de recepción y me atiende. No tarda demasiado y cuando le empiezo a contar me dice:

—Sí, tranquilo, ya estoy informada; sígueme.
Avanzamos por el museo. Frente a mí está la tienda a unos quince metros; a la izquierda, a unos cinco metros, información. Aunque mi intención es comprar un libro mi destino final es información.
En el mostrador explico de nuevo mi intención de comprar un libro y el amable funcionario me indica que si quiero hacer una reclamación el me facilitara la hoja pertinente.
—Yo en realidad quiero comprar un libro. Ahí, solo a unos metros. ¿Sería posible?
—Lo lamento, pero no.
—Entonces me habéis dejado entrar para hacer una reclamación movilizando, incluyéndote a ti, a cinco personas cuando una sola podría haberme acompañado hasta la tienda y en menos tiempo y con menos esfuerzo yo ya tendría el libro.
—Cierto, pero eso no esta permitido.
—A ver si lo he entendido bien. Me estáis diciendo que puedo acceder al museo a poner una reclamación, a escasos diez metros de la tienda donde quiero comprar un libro, pero que para comprar el libro tengo que pagar la entrada. Por favor, decirme que esto es una broma de cámara oculta.
—Lamentablemente no lo es.
—Entonces tendré que hacer la reclamación.
—Como quiera; aquí tiene.
—No puedo entenderlo.
—Ya sé que parece absurdo, pero es así. Las normas.
—Discúlpame, no parece absurdo. Es absurdo y completamente ilógico. Perdóname, no es culpa tuya, pero la situación me supera.

Relleno la reclamación. Agradezco la gentileza. De nuevo me acompañan un funcionario hasta el guarda de seguridad que me acompaña a la salida. Salgo con mi resguardo, sin libro. Impotente.
Llego a casa desesperado y escribo un correo a la tienda para quejarme de la situación. Me responden dándome la razón, pero con la coletilla sin sentido: “Es así. Las normas”; y cuando estoy  a punto de resignarme la última parte del mensaje me hace perder los nervios. Leo ojiplático: “… además  en este momento, aunque en nuestra base de datos figure por error que es así, no tenemos ejemplares disponibles en la tienda”.
¿Cómo? Resulta que podría haber pagado catorce euros y haberme vuelto sin el libro.
Respiro pausado, intento ponerme en la piel del otro, comprender las normas…, pero no puedo. Sigo cabreado. No lo entiendo. Creo que nunca lo entenderé.

Juliki al borde de un ataque de nervios

miércoles, 7 de enero de 2015

Carbón para todos


Este año los Reyes llegaron antes. No esperaron a la protección nocturna que les confiere ese punto de misterio, sobre todo entre la chiquillería, y que les mantiene en el anonimato. Se presentaron en el curro de buena mañana con cartas para unos pocos y con suspiros de alivio para el resto. Tuve suerte y me correspondieron suspiros. A otros, no tan afortunados, les toco el carbón amargo del despido.
Puedo entender que en tiempos de crisis los empresarios tengan que tomar decisiones drásticas para mantener a flote sus negocios. Incluso puedo comprender que las presas abatidas sean siempre miembros del mismo rebaño: los trabajadores. Todo sea por el bien del ecosistema y la supervivencia de la especie. Tampoco se debe culpar al mensajero, al perro que pastorea el grupo y le toca en suerte realizar la saca y ejecutar las ordenes de más arriba. Lo que me cuesta entender son las formas.
No puedes un día hablar tranquilamente con un trabajado cumplidor, serio y que tiene más de treinta horas positivas; decirle que no hay problema cuando te solicita un par de días para un asunto personal y al día siguiente según llega a su puesto de trabajo recibirle con un buenos días, que nunca será mas falso, y a continuación mandarle a casa para que no regrese más, alegando falta de trabajo, crisis… ¿Qué ha ocurrido en ese corto plazo de tiempo? ¿Ha brotado la crisis de repente entre las baldosas del despacho? ¿Es que acaso el regalo de reyes anticipado para ese empresario ha sido un corazón insensible?
No parece tampoco muy humano dejar que otros trabajadores ocupen su puesto y después de dos horas de trabajo sean llamados al despacho para indicarles que pueden recoger sus cosas. Sin notificación alguna previa. Sin al menos generar el ambiente de sospecha de que tu puesto de trabajo peligra. Nada, sin anestesia, a pelo ¿Dónde quedan los quince días de preaviso para reorganizar el desmoronamiento de tu vida que supone perder el trabajo? Ah, sí, eso son derechos obsoletos y del pasado que tenían los trabajadores cuando no eran simples números con los que rellenar estadísticas  que enmascaran realidades cotidianas.
“La economía va bien. La reforma laboral está dando sus frutos. Los trabajadores españoles comienzan a notar la salida de la crisis”. Eso dicen nuestros gobernantes desde sus altas instancias. Yo a pie de calle no lo veo. Slavica, mi excompi, con su carbón en forma de despido, tampoco. Aunque, claro, igual para las estadísticas de nuestros dirigentes ella no cuenta. No es española, aunque lleve aquí más de treinta años: trabajando, cotizando, dejándose la piel.
Este año mi regalo anticipado de reyes provoca sentimientos contrapuestos. Es un alivio conservar el puesto de trabajo, al menos de momento; pero sabe a carbón. Carbón amargo, muy amargo.
Ahora sé que los Reyes no son los padres. Son los empresarios. Prefería la ignorancia y la inocencia de la infancia.

Juliki solo ante el peligro

jueves, 1 de enero de 2015

Ritmo en la cuerda floja


Sin que exista obligación ni sea el efecto de un compromiso adquirido ni de un propósito del nuevo año, amanece y me pongo a escribir. Porque  me apetece, me gusta y me ayuda. Cada frase que escribo es una parte de mí que cobra vida y se hace tangible. A veces son simples pompas de jabón, pensamientos insustanciales que como el humo ascienden para desaparecer o disiparse. En otras ocasiones son heridas infectadas a las que, en una cura de urgencia, hay que retirar la costra, dejar supurar un rato y aplicar un desinfectante, una cataplasma o una pequeña amputación. Lo que sea por seguir manteniendo la cordura. Hay que liberar lastre en ese viaje interminable del día a día.
En la chimenea algún rescoldo camuflado entre la ceniza resiste a la espera de un soplido que le reactive y le saque los colores. Incluso en el paraje más desolado habita una chispa que cambia el mundo y nos calienta para salir adelante. A medida que las palabras van surgiendo los dedos se ejercitan, aporrean el teclado y la pantalla se llena de posibles respuestas a preguntas adormecidas. Hay que despertarse e ir cogiendo el ritmo a la mañana, al día, a la vida.
El secreto está en no dejar de moverse, en empeñarse en seguir bailando aunque la música hace tiempo que dejara de sonar. Quien se queda parado ante el precipicio no será capaz de llegar al otro lado. Hay que analizar la situación, buscar alternativas y avanzar. Mantener el ritmo aunque uno se halle frente al abismo y caminando sobre la cuerda floja.

Juliki en equilibrio inestable