miércoles, 7 de enero de 2015

Carbón para todos


Este año los Reyes llegaron antes. No esperaron a la protección nocturna que les confiere ese punto de misterio, sobre todo entre la chiquillería, y que les mantiene en el anonimato. Se presentaron en el curro de buena mañana con cartas para unos pocos y con suspiros de alivio para el resto. Tuve suerte y me correspondieron suspiros. A otros, no tan afortunados, les toco el carbón amargo del despido.
Puedo entender que en tiempos de crisis los empresarios tengan que tomar decisiones drásticas para mantener a flote sus negocios. Incluso puedo comprender que las presas abatidas sean siempre miembros del mismo rebaño: los trabajadores. Todo sea por el bien del ecosistema y la supervivencia de la especie. Tampoco se debe culpar al mensajero, al perro que pastorea el grupo y le toca en suerte realizar la saca y ejecutar las ordenes de más arriba. Lo que me cuesta entender son las formas.
No puedes un día hablar tranquilamente con un trabajado cumplidor, serio y que tiene más de treinta horas positivas; decirle que no hay problema cuando te solicita un par de días para un asunto personal y al día siguiente según llega a su puesto de trabajo recibirle con un buenos días, que nunca será mas falso, y a continuación mandarle a casa para que no regrese más, alegando falta de trabajo, crisis… ¿Qué ha ocurrido en ese corto plazo de tiempo? ¿Ha brotado la crisis de repente entre las baldosas del despacho? ¿Es que acaso el regalo de reyes anticipado para ese empresario ha sido un corazón insensible?
No parece tampoco muy humano dejar que otros trabajadores ocupen su puesto y después de dos horas de trabajo sean llamados al despacho para indicarles que pueden recoger sus cosas. Sin notificación alguna previa. Sin al menos generar el ambiente de sospecha de que tu puesto de trabajo peligra. Nada, sin anestesia, a pelo ¿Dónde quedan los quince días de preaviso para reorganizar el desmoronamiento de tu vida que supone perder el trabajo? Ah, sí, eso son derechos obsoletos y del pasado que tenían los trabajadores cuando no eran simples números con los que rellenar estadísticas  que enmascaran realidades cotidianas.
“La economía va bien. La reforma laboral está dando sus frutos. Los trabajadores españoles comienzan a notar la salida de la crisis”. Eso dicen nuestros gobernantes desde sus altas instancias. Yo a pie de calle no lo veo. Slavica, mi excompi, con su carbón en forma de despido, tampoco. Aunque, claro, igual para las estadísticas de nuestros dirigentes ella no cuenta. No es española, aunque lleve aquí más de treinta años: trabajando, cotizando, dejándose la piel.
Este año mi regalo anticipado de reyes provoca sentimientos contrapuestos. Es un alivio conservar el puesto de trabajo, al menos de momento; pero sabe a carbón. Carbón amargo, muy amargo.
Ahora sé que los Reyes no son los padres. Son los empresarios. Prefería la ignorancia y la inocencia de la infancia.

Juliki solo ante el peligro

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