martes, 30 de septiembre de 2014

Propaganda no es información


Recibo en mi buzón un panfleto del partido popular que viene acompañado de una carta firmada por la alcaldesa, Ana Botella.
La primera sensación es de confusión: ¿esto lo manda el partido o el Ayuntamiento? Lo segundo que me pregunto es quién lo paga, pero prefiero obviarlo e intentar comprender de qué va esa publicidad. A medida que mis ojos recorren el texto y este es analizado por mi cerebro el contenido de la supuesta información se transforma en autobombo.
La carta y el folleto se dedican a ensalzar los logros del partido en el gobierno de Madrid. Regresa la duda, ¿Esto es un resumen institucional de las tareas que ha realizado el Ayuntamiento? No, la palabra populares impresa una y mil veces para que se grabe en el cerebro del lector y quede claro que todo lo bueno lo hacen ellos me lleva a la conclusión de que es del partido. Descubro que es lo que a mi cerebro le causa esa confusión. En el folleto predomina el color azul, el mismo tono que he visto impreso en la mayor parte de la publicidad del Ayuntamiento. Desenmascarada la publicidad subliminal me centro en el texto. No tiene desperdicio.
“Hemos reducido la deuda del Ayuntamiento” como si dicha deuda se hubiera generado sola o fuera algo totalmente ajeno a ellos y su gestión al frente del consistorio.
Hablan del dinero invertido como si hubiera salido de las arcas del partido y no del expolio que han sufrido los ciudadanos con las continuas subidas de impuestos.
Se cuelgan medallas por su constante preocupación por el bienestar de los ciudadanos como si la situación precaria de los mismos estuviera ya resuelta y todas las carencias fueran a ser cubiertas.
Incluso aparecen promesas para el 2016 y no en términos de “si gobernamos haremos…”, sino en plan “Vamos a hacer” Y vuelve la duda, ¿es la prepotencia del que se cree ganador antes de correr la carrera? ¿Consideran que a pesar de todo van a ganar sin despeinarse, sin que les pase factura su desfachatez? Tal vez sí. Tienes sus fieles y son capaces de hacer piña.
No voy a seguir analizándolo que me enciendo y no estoy por la labor acabar el mes cabreado. Son así. No sé de qué me extraño.
Nos tratan como si fuéramos tontos y exhiben su mayor cinismo adornado con una sonrisa profiden, esperando que nuestro encefalograma plano, provocado por el intento diario de sobrevivir, camufle sus intenciones; para así, volver a conseguir los votos y mantener la pantomima.
Una vez más manipulación de la información, autobombo, venta de humo y falsas promesas. Definitivamente la campaña electoral ha comenzado.

Juliki lector de cualquier cosa

lunes, 29 de septiembre de 2014

Cuando el Dr. Jekyll deja de jugar a ser Mister Hyde


Siempre me ha parecido que Alberto Ruiz-Gallardón era, en potencia, el político más dañino y peligroso del panorama nacional. Su preparación es indudable, lo ha mamado desde la cuna; lo malo es que bajo esa apariencia afable, educada y de corrección extrema siempre he pensado que se escondía un fanático, con las ideas claras y un programa perfectamente elaborado para llegar a lo más alto y acabar imponiendo sus ideas.
A su lado, Esperanza Aguirre, tan fanática como él, me parece mucho menos peligrosa pues siempre se tiene claro de donde viene y a donde se dirige. Es como la bruja averías a pecho descubierto. Alberto, en cambio va enmascarado, representando un papel y vistiendo al disfraz perfecto según la ocasión sabedor de con quien toca el próximo baile.
Por eso me ha sorprendido tanto la “evolución” de Ruiz-Gallardón desde que le nombraron ministro. Es como si se hubiera quitado la máscara y se mostrara tal cual, con su radicalismo más rancio, esforzándose por aparecer ante todos como el salvaguarda de esos valores patriarcales de antaño. ¿Qué pretendía? ¿Congraciarse con esos sectores de la derecha que le habían considerado blando y progresista? ¿Buscar una nueva vía para alcanzar su sueño de ser presidente?
Miedo me da pensar que también esto forme parte de un plan pergeñado de antemano y que su actual dimisión no sea la pataleta de alguien al que el partido ha dejado con el culo al aire, sino una jugada magistral retirándose, ahora que en la izquierda soplan aires de frescura y renovación, para reaparecer al frente de sus huestes enarbolando la bandera de la salvación de la patria en nombre Dios.
Espero estar en un error y que el Chucky de la derecha simplemente se haya retirado a un segundo plano desencantado por no ver cumplido el destino divino para el que se consideraba elegido.

Juliki con la mosca tras la oreja

domingo, 28 de septiembre de 2014

Dudas no profesionales


Cambiando el tercio y, por no estar siempre mirándome el ombligo y aburriéndome hasta a mí mismo con mi futuro laboral, voy a observar alrededor y reflexionar sobre uno de los derechos, en teoría de los más importantes, que tenemos los ciudadanos: el de elegir a nuestros representantes.
Me parece recordar que la que la última vez que ejercí mi derecho al voto, por primer y creo que última vez, debió de ser allá por un aciago 12 de marzo de hace mucho tiempo. Concretamente ese día se planteaba el referéndum para la entrada o no en la OTAN. Yo andaba ilusionado pensando que al día siguiente, que era mi cumpleaños, amanecería con un “No” en el escrutinio como primer regalo del día. ¡Qué inconsciente! Era joven e iluso, claro está, y el desencanto fue morrocotudo. De todo se aprende y ese primer chasco sobre mis congéneres y la democracia me sirvió para pasar meses pensando sobre mi actitud ante las votaciones. Esa reflexión me llevó a tomar la determinación de no votar mientras no existiera una alternativa digna de recibir mi apoyo. Alternativa que aún está por llegar.
Sé que son muchos los que opinan que quién no participa no tiene derecho a quejarse. No comparto en absoluto esa opinión. Creo que no votar es un posicionamiento tan valido como el que decide hacerlo y expresa una opinión y una forma de participación. Es más, creo que el no voto debería reflejarse en los resultados, computarse, de tal forma que los políticos lo consideraran y pudieran evaluarlo como baremo de éxito o fracaso del ejercicio de su labor. Si los políticos tuvieran en consideración la cantidad de gente que no participa, fueran honestos y se cuestionaran de manera real que eso implica, tendrían que reconocer que los actuales porcentajes de participación indican que no están realizando bien su trabajo. Lamentablemente eso no ocurre y andan más preocupados por mantener sus prebendas y no incumplir la disciplina del partido que por ser los portavoces de esos votantes a los que deberían escuchar y representar.
Desde aquel lejano 12 de marzo me he vuelto a sentar antes de cada nueva elección a analizar la labor de los políticos y los partidos, buscando una alternativa votable para al final concluir que no había a quien apoyar y acabar no votando.
Las pasadas elecciones europeas volví a sentarme conmigo mismo a valorar cual debería ser mi decisión. Por primera vez en mucho tiempo tuve ciertas dudas y estuve considerando ir a depositar mi papeleta. La opción elegida hubiera sido Podemos. Al final decidí esperar y ver si era real esa apariencia de participación colectiva y asamblearia, si dicha formación mantenía su coherencia, si cumplían con lo que proponían y no se malograban por el influjo del poder.
Por ahora no la han cagado y eso es mucho. Sobre todo teniendo en cuenta que es prácticamente imposible que no lo hagan con el crecimiento que experimentan y la campaña de desprestigio a la que se ven sometidos. Me mantengo a la expectativa, sigo su trayectoria y observo su evolución. No voy a adelantar mi decisión hasta que llegue el momento, pero he de reconocer que por segunda vez en mi vida de elector potencial tengo cierta ilusión ante la posibilidad de acabar acudiendo a depositar mi voto. Si al final me decido, espero no descubrir por segunda vez que soy un iluso y que los años solo me han servido para tropezar, otra vez, con un nuevo desengaño.

Juliki mirándose otro ombligo

jueves, 25 de septiembre de 2014

Sondear el entorno


Cuando uno se sienta a analizar su situación no siempre resultan agradables las conclusiones a las que se llega. Puede ocurrir que uno acabe enfrentándose a realidades difíciles de digerir. He aquí algunas:

1-Tengo 47 años y es complicado, tirando a imposible, que el mercado laboral vaya a ofrecerme posibilidades de encontrar trabajo por cuenta ajena.
2-La solución en estos tiempos quizás resida en generar tu propio puesto de trabajo.
3-No soy un emprendedor, no tengo espíritu emprendedor, no sé si puedo llegar a serlo
4-Tengo claro que no puedo ni quiero arrancar un proyecto en solitario.
5-Algo hay que hacer. Pronto. Casi ya.

Llegados a este punto uno se enfrenta, quizás, a una ecuación irresoluble. Ese conflicto eterno entre querer, deber y saber. Debo hacer algo para cambiar el curso de mi situación laboral, quiero hacerlo, pero no sé qué ni cómo llevarlo a cabo. Mal comienzo.
¿Hay otras alternativas? Algunas quedan: esperar y resistir, infructuosamente me temo; que el boca a boca me proporcione un empleo, bastante improbable; que un mecenas que confíe en mí me monte un negocio brillante para que con mi trabajo incremente su capital, altamente ilusorio dado que no frecuento mecenas; y por último que me toque el euromillón, según mi hermana un imposible. A mí, a pesar del pesimismo de mi hermana, esto último me parece lo más viable, al menos mientras pueda permitirme seguir jugando de vez en cuando.
Intento buscar alguna opción más realista y tangible; es entonces cuando resuena en mi cabeza la voz del desconocido del bus a Sevilla y rememoro parte de la conversación que mantuvimos.

—Tienes que generar tu propia salida, reinventarte.
—Para eso hay que ser creativo y tal vez más joven.
—Tú lo eres. Mucho más de lo que piensas. ¿Hay algo más creativo que saber adaptarse a cualquier tipo de trabajo? Tú lo has hecho y varias veces. Además, tienes ganas de trabajar, te apasiona hacerlo. Eso acaba con cualquier supuesta limitación por motivos de edad.
—El problema que tengo es que no se me ocurre en que reconvertirme esta vez.
—Vale, no te bloquees y analiza las cosas sin negatividad, sin que todo sea de antemano un supuesto problema.
—Aunque no lo consideré un problema sigo sin saber que hacer.
—Vamos por pasos. Primero busca una idea.
—Ya lo he hecho, pero no encuentro ninguna que me motive o me dé confianza.
—Entonces busca ayuda. Usa la técnica del espejo.
—¿Cualo?
—Pregunta a amigos y conocidos en que te ven trabajando ellos. Ninguno va a dar la solución, pero sus comentarios pueden sugerirte ideas, contribuir a desechar otras… Seguro que te ayudaran a pensar con más claridad y criterio; podrás ver cosas que ahora ni te planteas: de ti mismo, de tus capacidades, de tus posibilidades…
—Y si nada de lo sugerido me convence.
—Estás negando la posibilidad antes de plantearla. Qué el pesimismo no te impida arrancar. No puedes abandonar antes incluso de empezar a actuar. Prueba, pregunta…
—Bueno, entonces el paso previo a encontrar la idea es preguntar a otros en que proyecto creen que puedo embarcarme.
—Eso mismo.
—Y ya que estamos ¿Tú en qué me ves?
—Buena pregunta. Ves como tu mente es más ágil de lo que piensas.
—Sí, pero no te escabullas y responde, ¿en que me ves trabajando? ¿Qué proyecto crees que puedo poner en marcha?
—Yo creo que te podrías dedicar a…

Juliki esperando tú respuesta

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Procrastinación compulsiva


Vuelvo a las andadas. Escribir para mí es una forma de afrontar los problemas y, cuando quiero esconderme o la confusión se extiende como la podredumbre en una manzana picada, me dejo abrazar por la desidia, paso de escribir, o sea de pensar, y renuncio a encarar la realidad. Después de más de veinte días, descontando el simulacro de ayer, retomamos los intentos de explicar lo inexplicable, de aclarar el desconcierto que me ha mantenido con la mente en blanco y las teclas en reposo. Allá vamos.
¿Qué es lo que ha provocado este parón más allá del regreso a la rutina? Pues todo arranca con las vacaciones. El caso es que en mi viaje nocturno camino de Sevilla coincidí con un personaje que sembró en mí múltiples incertidumbres. Fueron ese tipo de dudas que uno tiene cuando alguien te hace pensar al escuchar de su boca lo que, sabido como cierto, te niegas a afrontar.
El desconocido, que dejó de serlo durante las horas de conversación, es aquello que yo tal vez nunca llegue a ser: un emprendedor. Alguien que cree en sí mismo, capaz de arriesgarse, montar negocios, arruinarse y volver a empezar. Cierto es que siendo informático siempre puede trabajar durante un tiempo como freelance o por cuenta ajena en proyectos concretos hasta reunir el dinero suficiente para recomenzar una nueva aventura. También es más joven y, no nos engañemos, eso tiene su importancia. Da la casualidad que una de las aventuras que ha emprendido y que aún mantiene en funcionamiento es la del coaching, con lo cual, aprovechando que estábamos conociendo, nos pusimos manos a la obra.
Me pasé la mayor parte del viaje analizando mi futuro laboral bajo asesoramiento gratuito y desinteresado. La conversación me confirmó algo que en mi fuero interno ya sabía y es que, si quiero reintegrarme al mundo laboral, me toca mover ficha.
Desde aquella conversación mi cabeza es un batiburrillo de ideas que se ordenan y desordenan a ritmo de mis pulsiones. Unas mañanas, las menos, me levanto con ganas de comerme el mundo y ser un emprendedor; otras, la mayoría, amanezco dispuesto a tirar la toalla y dejar que el mundo me devore sin oponer resistencia.
Como esa situación solo produce desgaste y no soluciona nada, creo que va tocando cambiarla. Habrá que ponerse a ello. Decidido desde ya mismo porque no queda otra.
Bueno, igual luego un poco más tarde o tal vez mañana. Mejor aún pasado o…

Juliki bajo el influjo del no hagas hoy lo que puedas aplazar mañana

martes, 23 de septiembre de 2014

¿Azar truncado o trucado?


Lo malo de adquirir un compromiso es que uno debe cumplirlo o atenerse a las consecuencias por no haberlo hecho.
Cierto que también puede uno engañarse, incumplir su palabra, buscar excusas culpando a otros o a las circunstancias e, incluso, cambiar de opinión. Vamos, el típico donde dije digo, digo Diego…
Seis entradas en un mes no es nada. Supone escribir algo cada cinco días. Así visto parece más que factible. Eso sería cierto si uno tuviera la cabeza en su sitio: sin la incertidumbre de un pseudotrabajo de supervivencia, sin la tristeza que ronda por la separación no deseado, sin esos reencuentros que saben a menos y nada, y sobre todo con esa carencia de ilusiones que, cual polillas muertas, se acumulan a los pies de la cama para alfombrar el desencanto cotidiano.
Y dicho esto ¿que pretendo hacer con mi blog? Yo diría que lo mismo que con mi vida o con mi futuro laboral y que podría resumirse en un: “Ni puta idea”.
Si me atengo a la coherencia, quedando tan poco para acabar el mes y con tantas entradas por escribir lo lógico sería dejar a mi otro yo la última palabra y cerrar el blog.
Y cuando quiera escribir, reflexionar, quejarme o criticar como desahogo, ¿qué hago? ¿Me abro otro blog? ¿Escribo en la intimidad de un diario? ¿Me aguanto?
La otra alternativa es darme una jarta de escribir, tal vez repetirme, aburrir a las ovejas con reflexiones sin mucho sentido y llegar a fin de mes con seis entradas chapuceras hechas para comenzar el nuevo mes con otro espíritu…
Je, je, je… Otro espíritu en el mismo cuerpo; con las mismas perspectivas, el mismo ánimo, las mismas contradicciones.... Vamos, lo que viene a ser un volver a empezar en toda regla: tropezando en la misma piedra, cometiendo los mismos errores y queriendo cambiar sin hacerlo, sin saber cómo hacerlo.
¿Tiene sentido? Ni puta idea.
Saco la moneda y me dispongo a usar el método más universal y reflexivo para la toma de decisiones. Si sale la jeta del rey, el de antes, aplicamos su sabiduría con el conocido: “Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir… voy a escribir estos días hasta completar las entradas y el próximo mes seré constante y bla, bla, bla”. Si sale cruz pues cerramos el chiringuito y que hable la voz de los supertacañones por última vez.
And the winer is… Ni puta idea. De momento.

Juliki en manos del azar