domingo, 28 de septiembre de 2014

Dudas no profesionales


Cambiando el tercio y, por no estar siempre mirándome el ombligo y aburriéndome hasta a mí mismo con mi futuro laboral, voy a observar alrededor y reflexionar sobre uno de los derechos, en teoría de los más importantes, que tenemos los ciudadanos: el de elegir a nuestros representantes.
Me parece recordar que la que la última vez que ejercí mi derecho al voto, por primer y creo que última vez, debió de ser allá por un aciago 12 de marzo de hace mucho tiempo. Concretamente ese día se planteaba el referéndum para la entrada o no en la OTAN. Yo andaba ilusionado pensando que al día siguiente, que era mi cumpleaños, amanecería con un “No” en el escrutinio como primer regalo del día. ¡Qué inconsciente! Era joven e iluso, claro está, y el desencanto fue morrocotudo. De todo se aprende y ese primer chasco sobre mis congéneres y la democracia me sirvió para pasar meses pensando sobre mi actitud ante las votaciones. Esa reflexión me llevó a tomar la determinación de no votar mientras no existiera una alternativa digna de recibir mi apoyo. Alternativa que aún está por llegar.
Sé que son muchos los que opinan que quién no participa no tiene derecho a quejarse. No comparto en absoluto esa opinión. Creo que no votar es un posicionamiento tan valido como el que decide hacerlo y expresa una opinión y una forma de participación. Es más, creo que el no voto debería reflejarse en los resultados, computarse, de tal forma que los políticos lo consideraran y pudieran evaluarlo como baremo de éxito o fracaso del ejercicio de su labor. Si los políticos tuvieran en consideración la cantidad de gente que no participa, fueran honestos y se cuestionaran de manera real que eso implica, tendrían que reconocer que los actuales porcentajes de participación indican que no están realizando bien su trabajo. Lamentablemente eso no ocurre y andan más preocupados por mantener sus prebendas y no incumplir la disciplina del partido que por ser los portavoces de esos votantes a los que deberían escuchar y representar.
Desde aquel lejano 12 de marzo me he vuelto a sentar antes de cada nueva elección a analizar la labor de los políticos y los partidos, buscando una alternativa votable para al final concluir que no había a quien apoyar y acabar no votando.
Las pasadas elecciones europeas volví a sentarme conmigo mismo a valorar cual debería ser mi decisión. Por primera vez en mucho tiempo tuve ciertas dudas y estuve considerando ir a depositar mi papeleta. La opción elegida hubiera sido Podemos. Al final decidí esperar y ver si era real esa apariencia de participación colectiva y asamblearia, si dicha formación mantenía su coherencia, si cumplían con lo que proponían y no se malograban por el influjo del poder.
Por ahora no la han cagado y eso es mucho. Sobre todo teniendo en cuenta que es prácticamente imposible que no lo hagan con el crecimiento que experimentan y la campaña de desprestigio a la que se ven sometidos. Me mantengo a la expectativa, sigo su trayectoria y observo su evolución. No voy a adelantar mi decisión hasta que llegue el momento, pero he de reconocer que por segunda vez en mi vida de elector potencial tengo cierta ilusión ante la posibilidad de acabar acudiendo a depositar mi voto. Si al final me decido, espero no descubrir por segunda vez que soy un iluso y que los años solo me han servido para tropezar, otra vez, con un nuevo desengaño.

Juliki mirándose otro ombligo

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