domingo, 5 de abril de 2015

Reconducir la derrota


—Victoria absoluta y sin paliativos
—Te refieres al 9-1 del Real Madrid al Granada
—Para nada. Además a ti no te gusta el futbol. Ya sabes a qué me refiero.
—No caigo.
—Hablo de tu fracaso total durante el mes de marzo con el blog. Total de entradas: cero.
—Ah, eso. Era de esperar. No tiene demasiada importancia.
—Tal vez para ti no, pero para el compromiso que adquiriste conmigo supone que he ganado, que tenía razón, que tu constancia y tu capacidad de sacrificio no es más que una tapadera y yo lo sabía.
—Vale, te doy la razón ¿Y?
—Pues que te toca cumplir tu palabra y cerrar el blog.
—Si, de acuerdo. Algo más.
—¿Cómo? Lo dices tan tranquilo.
—¿Qué quieres que me flagele y llore? Lo siento. No forma parte del acuerdo.
—Pero parece que no te importara, que te diera igual.
—Nada de eso. Tú ganas lo admito. Es una realidad que no me gusta, pero tengo que aceptar como tantas otras. Me importa mucho lo ocurrido. Soy el más decepcionado por el asunto. No es por ganar o perder el reto, eso me da igual. Solo pretendía ser un aliciente. Estoy enfadado con mi incapacidad. Me cuesta asumir esa falta de ganas para escribir con cierta frecuencia y sobre todo no tener nada que contar más que lamentos repetitivos.
—Entonces, ¿cierras el blog y me dejas decir las últimas palabras?
—¿Tengo otra alternativa?
—No.
—Lo doy por cerrado y procede a despedirte. Aunque no entiendo tu alegría más allá de la victoria moral. A fin de cuentas supone tu propio final.
—¿Será el de tu blog?
—Sí, único sitio en el que puedes expresarte.
—Joder, no lo había pensado.
—Las victorias cuando se consuman suelen dejar un vacío, un cierto sabor a ¿y ahora qué?
—¿Y si lo olvidamos?
—Hay que cumplir con la palabra dada.
—Vaya, pues lo siento. Si lo sé…
—¿Son tus últimas palabras?
—Si quieres decir algo tú.
—¿Sabes que día es hoy?
—Domingo.
—¿Qué domingo?
—De resurrección.
—Te tomo la palabra.
—Je, je,je…Eres un fullero.

Juliki insurrecto

sábado, 28 de febrero de 2015

Próxima estación: Retorno


Se acaba el mes y hoy toca disfrazarse de nómada, subirse al AVE y tras tres horas de paisaje y lectura recuperar la sonrisa durante apenas 48 horas. Sabe a poco, a nada, pero hay que intentar disfrutarlo. El cansancio de la semana y del madrugón no los metí en la mochila; se quedaron encerrados en la buhardilla aguardando mi regreso. Sé que el lunes, cuando vuelva, saltaran sobre mi chepa para hacerme interminable la semana. Tocará entonces otra subida al Everest, sin sherpa ni oxígeno, que terminará en un nuevo intento fallido de hacer cumbre; para al final, regresar al campamento base y repetir incansable ese trayecto de ida y vuelta sin ganancia en medio. Semana tras semana.
Es mentira lo que dicen que con el entrenamiento uno se acostumbra a todo. No hay forma de encarar la grisura de esta supervivencia sin premio cuando la persona a la que quieres hacer partícipe de tus victorias y derrotas está a más de 500 km de distancia.
No es la distancia solo, es algo más. Son los momentos no compartidos, los monólogos silenciosos que sustituyen a las conversaciones de antes, son las caricias que flotan en el aire y se pierden en el infinito cual globo extraviado.
Lo pero de todo no es la ausencia y lo breve del reencuentro, es que cuando uno empieza a recuperar la complicidad y a saborear el momento ha llegado la hora del regreso. Es en ese instante cuando descubres que la magia, casi siempre, esconde un truco dentro.

Juliki de paso

viernes, 27 de febrero de 2015

Vivir por descarte


Nunca se me ha dado bien elegir. Tampoco me resulta fácil tener claro lo que quiero. Siempre me ha resultado más sencillo funcionar a la inversa, omitir de mi vida lo que me desagrada en lugar de buscar lo que quiero. Supongo que es una actitud cobarde o conservadora. Muy en la línea de ese sobrevivir algo resignado que se lleva en estas fechas. Casi seguro que es un síntoma de ese miedo a vivir, a ser libre, a disfrutar que en cierto modo nos inculcaban de pequeños a través de la religión. En mi caso ha dejado secuelas y, aunque ahora tenga claro mi ateismo y la función controlador de las religiones sobre los individuos, eso no quita para que siga sufriendo los efectos secundarios de una educación que, como un tatuaje, es complicado borrar del todo.
Ante el panorama desolador de la sociedad que nos rodea y en mi afán por salir de la inacción en la que me han sumido los años, las desilusiones y ese no entender el mundo que me rodea, sigo sopesando la idea de votar casi 30 años después de, creo recordar, mi primer y único acercamiento a las urna en marzo de 1986.
Si utilizo la técnica del descarte no es necesario pensar mucho para tener claro donde debe ir mi voto: a Podemos.
No obstante el caso Monedero ha sembrado dudas en mí. Es cierto que no se puede comparar ni en magnitud ni en frecuencia con lo que arrastran el resto de partidos, pero no deja de ser una tarjeta de presentación que no me gusta. ¿Más de lo mismo? Podría ser. Aún así la alternativa sería que no hay alternativa y seguir de brazos cruzados.

Hoy ley en la red leí este escrito que me pareció muy lúcido y me arrancó una sonrisa. Igual no soy el único que utiliza el descarte a la hora de tomar decisiones en la vida.

http://www.eter.com/actualidad/noticia.php?id=17214

Juliki en periodo de reflexión

jueves, 26 de febrero de 2015

Perdidas con la crisis


Son muchas las renuncias que desde que estalló la crisis se han ido apoderando de mí. Algunas eran tan superfluas que ni las recuerdo, otras he aprendido a vivir con ellas y unas pocas en concreto son las que van minando mi ánimo y lastran el discurrir diario de mi vida.
Las primeras me alegro haberlas dejado en el camino. Su no presencia me ha permitido valorar mejor lo que significa vivir con menos. Ahora ni las recuerdo ni las añoro. Las segundas me provocan nostalgia y me hubiera gustado ser capaz de suplirlas con imaginación y fuerza de voluntad. Las clases de pilates y escritura son un claro ejemplo. Podría haber continuado practicando ambas de manera autodidacta en casa. Por desgracia me falta la constancia para llevarlo adelante. Esperemos que el tiempo y un cambio en mi actitud me permitan subsanarlo.
Entre las que dejan huella y cuya carencia me atormenta estan los sueños y la lucha.
Sobrevivir no deja mucho margen a los sueños. La resignación en la que uno se acomoda cuando resiste va apagando también el espíritu de lucha. El resultado, si a eso le sumamos el paso de los años, es una caricatura de aquel tipo idealista dispuesto a comerse el mundo en primera instancia y después a cambiar su micromundo cuando la realidad le descubrió que el mundo te puede acabar comiendo a ti.
Sé que está en mi mano cambiar eso. Tan solo hay que plantarle cara al día y tirar de ilusión y ganas. Lo malo es que estas dos, aunque no han muerto en la batalla por sobrevivir, figuran como desaparecidas en combate. Esperemos que en lugar de encontrar sus cuerpos inertes exista aún la posibilidad de que simplemente estén en paradero desconocido o prisioneras del enemigo y que puedan reaparecer o liberarse antes de que el enemigo inflija la derrota final.

Juliki en pleno repliegue

miércoles, 25 de febrero de 2015

El privilegio de sobrevivir


Tenemos la tendencia a quejarnos por todo, a compararnos con los demás y no mirar nunca dentro de nosotros mismos. Es normal, supongo, que el monstruo que más miedo nos de sea el que habita en nuestro interior y, por eso, intentamos no despertarlo e incluso ignorarlo. El problema es que aunque no se manifieste sabemos que está ahí, agazapado, al acecho.
Miro a mi alrededor, por eso de no mirar dentro y veo gente que lo pasa mal, mucho peor que yo. Me entristece su situación, aunque confieso que no hago gran cosa por ayudarlos. En ese afán egoísta por sobrevivir en que nos embarcamos no soy una excepción y miro a otro lado y me alejo como si su situación fuera contagiosa. Son muchas las familias que se encuentran en el umbral de la pobreza y los excluidos no son ya solo esos que vemos dormir en los cajeros. Desahucios, niños con alimentación deficiente, abuelos que con su pensión mantienes hijos y nietos…
También están los otros, esos que viven a todo trapo y dilapidan el dinero propio y a veces el ajeno, que han adquirido quizás de manera legal, pero en muchos casos inmoral.
Yo estaría en medio de esas dos realidades. Tengo casa, trabajo, pareja y puedo comer cada día. Soy en el fondo un privilegiado ¿Por qué entonces esa sensación permanente de insatisfacción que amanece a mi lado en la cama como una amante que amenaza con quedarse a vivir?
Vale, que en invierno en mi casa de 27 metros cuadrados hace frío porque no me puedo permitir tener la calefacción a todo trapo si quiero poder hacer frente a la factura de la luz. Es cierto que mi trabajo de casi 650 € al mes no me permite apuntarme a cursos, salir de copas o comprarme los libros que me gustaría. También supongo que el hecho de que de mi pareja me separen algo más de 500 km me hace sentir que me estoy perdiéndome una parte importante de la vida. Aun así viendo lo que me rodea he de reconocer que soy un privilegiado
Habrá que asumir que sobrevivir hoy en día es un privilegio. Lástima que ese privilegio no le permita a uno disfrutar de la vida.

Juliki en su isla.

martes, 24 de febrero de 2015

Libros cercanos


En los últimos tiempos me mantengo a flote a base de aislarme con mis lecturas. Sé que no es la mejor forma de afrontar la realidad y que refugiarme en los libros no va a cambiar esas facetas de mi vida que permanecen desajustadas. Por suerte o desgracia leer me ayuda a seguir respirando.
Hace unos días descubrí un nuevo sitio en mi barrio que me permite fomentar mi afición-evasión a través de la lectura. Se trata de una librería colaborativa. ¿Cualo?, se preguntaran muchos. Es una librería donde los libros no tienen precio. Cada uno decide el valor de los libros que se lleva y paga en función del valor que tienen para él, su disponibilidad económica…
Me encanta la idea. Primero porque todo lo que sea difundir, facilitar y fomentar el acceso a la lectura es de agradecer y después porque se aleja de ese elitismo cultural al que los políticos parecen condenarnos con las nuevas tasas y planes en educación, donde el que tiene dinero puede estudiar y el que no o es un genio o se jode.
Por otro lado me pregunto: ¿qué lleva a una gente a invertir su esfuerzo en hacer más accesible al resto la cultura? Supongo que en mayor medida la satisfacción personal y el compartir. En cualquier caso felicidades por la iniciativa.
Lo malo para mí es que se me acumulan las lecturas y las ganas de leer. Me falta tiempo.

Por cierto, admiten donaciones. Dejo dos enlaces: uno donde hablan de ellos y otro de su facebook.
http://unserenotransitandolaciudad.com/2014/11/04/libros-cercanos-una-libreria-colaborativa-en-madrid/
https://www.facebook.com/asociacionlibroscercanos

Juliki lector empedernido

lunes, 23 de febrero de 2015

Vivir sin ganas


Ha sido un febrero complicado. Con nuevos tropiezos que me han obligado a asumir cambios y encajar nuevas derrotas. Mi estado de ánimo seguro que ha magnificado lo sucedido. Quizás hay que aceptar que al no llevar las riendas de mi vida cada pequeño cambio trastoca esa estabilidad a la que uno aspira, pero que parece sacarnos ventaja a cada nueva zancada.

El otro día en el trabajo me llamaron al despacho. Me temí lo peor. Me vi de nuevo engrosando las listas del paro y consumiendo horas y horas en esa búsqueda infructuosa de curro en un nuevo intento por reinventarme. No querían despedirme. Solo era para joderme la vida. Un poco más. Otra vuelta de tuerca que uno asume con la tristeza del vencido. Me han cambiado el horario. No, no ha sido a mejor. Para un tipo madrugador como yo es otra puñalada a mi biorritmo. Los lunes saldré a las 21:30 h, de martes a jueves a las 21 h y dos viernes al mes a las 21:30h. En resumen llegar a casa a las 22-22:30 dependiendo del día, cenar e irse a dormir recién cenado o esperar a hacer la digestión e irse más tarde a dormir. Mi organismo podría acostumbrarse; mi cabeza se resiste a hacerlo. Luego está lo de poder compatibilizar esos horarios de viernes con los horarios de tren para viajar a Sevilla a compartir el fin de semana con mi pareja. Complicado hasta que el teletransporte sea una realidad.

Lo del horario es un cambio aparentemente menor, algo a lo que parece fácil adaptarse; pero sumado a todo lo de los últimos tiempos me trasmite la sensación de  ir bajando peldaño tras peldaño hacia una mazmorra húmeda y lúgubre donde pasar castigado el resto de mi existencia.
Sé que tengo que reaccionar, buscar la parte positiva e ilusionarme con pequeñas cosas para recobrar el gusto a la vida. Palabrita del niño Jesús que cada noche al acostarme me lo propongo y al levantarme me esfuerzo por ello, pero el día a día golpea con su realidad inmutable y no ayuda. Sigo resistiendo.

Juliki buscando ganas

sábado, 31 de enero de 2015

Tahúres de la palabra


—Sabía que antes o después la cagarías. Solo había que esperar.
—¿Cagarla?
—No te hagas el tonto. El plazo se ha acabado y este mes solo has escrito cinco entradas.
—¿Y?
—No me jodas. ¿Ya lo has olvidado? Tenemos un acuerdo.
—¿Y qué dice ese supuesto acuerdo?
—¿Estás de coña?
—No te enfades. No vas a tener más razón chillándome.
—Es que no me gusta que se burlen de mí.
—Yo no haría eso nunca.
—Ah, ¿no? Pues acordamos que escribirías seis entradas al mes o cerraríamos el blog.
—Algo de eso me suena.
—Me das la razón.
—Puede, pero has olvidado dos cosas importantes: la primera que llevas el reloj adelantado cinco minutos. La segunda, que el blog es mío.
—Aunque el blog sea tuyo no puedes saltarte nuestro pacto.
—Todo acuerdo es interpretable.
—¿Eso implica faltar a tu compromiso?
—No es mi intención hacerlo; al menos de momento
—¿Entonces qué vas a hacer?
—Ganar tiempo, pulsar el botón de publicar e irme a la cama.

Juliki trilero

Sentimientos nómadas


Ha sido un mes raro. Intento buscar una palabra que lo defina y tras marear mi escueto vocabulario me inclino por desubicación. No consigo encontrar mi sitio en el trabajo ni en mi vida personal ni mucho menos un camino a seguir de cara al futuro. La crisis y la edad se han llevado por delante una parte de mi persona y la mayoría de mis expectativas. Sé que no soy el único que intenta reinventarse y parece no saber como hacerlo.
Es obvio que el alejamiento físico de mi pareja por motivos laborales es otro añadido a mi situación. Esa separación forzosa ha dejado de ser una novedad, que hasta resultaba divertida, para transformarse en una realidad cotidiana que cuesta asumir.
Supongo hay algo más, que tiene que ver con que mi espíritu sedentario se ha visto embarcado en una vorágine nómada con continuos viajes a Sevilla. Eso tampoco ayuda a ubicarse o aterrizar.
Nunca he sido mucho de comunicarme por teléfono. Necesito ver y tocar a mi interlocutor y ahora curro de teleoperador. ¿Adaptación, resignación supervivencia? Da igual: realidad.
Cuando llego a casa y suena el teléfono he de hacer un esfuerzo por no ponerme en modo curro y atender, generalmente a mi madre y mi hermana que quieren contarme cosas, cuando yo deseo con todas mis fuerzas alejarme de ese endemoniado invento que traslada voces sin abrazos. Después termino de hablar con la familia, pienso en que echo de menos a mi chica y descubro que el único mecanismo para acercarme a ella es volver a coger el auricular y marcar.
Vale, esta el Skipe donde además de hablar ves una imagen desdibujada de la persona, pero me ocurre lo mismo que cuando empecé a usar la kindle; ensimismado en la lectura me empeñaba el buscar en la esquina la pagina física para voltearla en lugar de apretar el botón. Aquí a veces se me va la mano a la pantalla en un amago de carantoña y la insatisfacción crece.
Pienso en reorganizar mi vida, centrarme y analizar mis sentimientos para que el próximo mes arranque con nuevos planteamientos, pero cuando me pongo a ello mis sentimientos se han montado en el Ave camino de Sevilla o de vuelta de allí. Y me siento un nómada encerrado en un cuerpo sedentario que no sabe que hacer con su vida.

Juliki sin destino

domingo, 25 de enero de 2015

Salarios de risa sin pizca de gracia


Mientras los políticos de todos los colores empiezan a calentar motores de cara a las futuras elecciones la vida sigue para el resto, como si nada. Los desahucios se suceden, las familias pasan penurias y los trabajos de mierda son la única alternativa para aquellos que tienen que alimentar a los suyos.
¿Hasta donde puede rebajarse la dignidad de un trabajador a la hora de aceptar un empleo? La pregunta así formulada es estúpida. La respuesta depende de la situación personal. Uno puede comerse los mocos y resistirse a la explotación si nadie depende de él. Puede apañarse con poco, acostarse sin cenar o rebuscar en los cubos de basura de las grandes superficies.
En cambio, si tienes niños, la cosa cambia. Toca tragar con cualquier condición por  leonina que sea para que a ellos no les falte el alimento, se mantengan al margen de la situación y tengan dulces sueños. Imagino que levantarse cada mañana con ánimo y dispuesto a maquillarles la realidad debe ser la peor pesadilla de un padre.
En los últimos días he leído noticias sobre ofertas de empleo que me han provocado ganas de estrangular a esa subespecie de la raza humana que son los empleadores. Curros con jornadas de doce horas sin vacaciones y sueldos irrisorios, ofertas con periodos de prueba sin sueldo de dos meses que simplemente debería ser delito ofrecerlos. Cuando uno las ve, después de superar la indignación y el cabreo se plantea si no se habrá exagerado un poco en pos de captar lectores, seguidores u oyentes. Por desgracia no es así y la realidad es incluso peor. Lo sé porque mi excompañera ha recibido una de las más insultantes ofertas de las que he oído hablar. Para colmo la oferta es a través de un amigo que, se supone, la conoce y aprecia su capacidad de trabajo. El chollo de empleo que la ofrecieron por ir recomendada consistía en cuidar a una persona de más de 80 años de ocho de la noche a ocho de la mañana todos los días, en Las Rozas, en negro y buscándote la vida para desplazarte hasta el lugar de trabajo por… 200 € al mes. Si descontamos los gastos de transporte hablaríamos de 140€ al mes, es decir, menos de 5€ diarios o lo que resulta más espectacular menos de 0,4€ a la hora. ¿Qué ser humano en su sano juicio, puede pensar que un semejante es capaz de sobrevivir con dicha retribución? ¿Se habrá planteado que haría él si le pagaran el salario que ofrece? Supongo que no y, además, seguro que se indignará cuando mi excompi decida renunciar  su “generoso” ofrecimiento.
Algo estamos haciendo muy mal cuando dejan de importar las personas y la crisis se reduce a estadísticas y cifras, incluso entre la gente de a pie. Igual es que el ser humano lo es hasta que demuestra lo contrario, hasta que pierde el respeto a sus semejantes. Me temo que estamos comenzamos a franquear las barreras de lo moralmente infranqueable.

Juliki rengando de la especie

domingo, 18 de enero de 2015

Surrealismo desquiciante


Ante la sinrazón intento mantener la mente abierta, respirar pausado, ponerme en la piel del otro y tratar de comprenderle. Hasta ahí el esfuerzo corre de mi cuenta y no me importa. Pero lo que derrota mi paciencia es que me den la razón y el único alegato ante un desatino sea esa frase gris y carente de argumento: Es así.
Si el así está mal, es absurdo o injusto, ¿cómo alguien puede soltar esa frase sin que su expresión en el rostro sufra una contorsión de desagrado? Entenderlo es difícil, vivirlo insufrible.
Navidades del 2014. Descubro un libro que a mi pareja le gustaría tener y tras jugar a los despistes y hacer como que ni me entero ni me interesa tomo nota y lo busco por Internet. Lo venden en la tienda del museo del Prado. Allí y solo allí. No hay problema se donde está y ya he comprado en otras ocasiones.
Al día siguiente me encamino a la tienda y descubro que ha cambiado de ubicación. Una vigilante muy amable me indica que pase por taquilla. Me dirijo a la otra puerta, espero la cola e indico mi intención de ir a la tienda.

—Son catorce euros.
—¿Cómo?
—La entrada son catorce euros.
—No, perdona. Me he debido explicar mal. No quiero ver el museo. Solo quiero comprar un libro en la tienda.
—Ya, pero es que para entrar en la tienda hay que pagar la entrada.
—Eso es nuevo. Antes no era así.
—Cierto, pero con la reforma eso ha cambiado
— Pues no es lógico.
—No, no lo es, pero es así.
—Entonces, si eres tan amable, desearía hacer una reclamación.
— Muy bien. Espera a que avise a mi superior.
 Me quedo allí apartado, sopesando lo absurdo de la situación. Solo quiero comprar un libro. Debería ser rápido y sencillo. Aparece la supervisora y le repito mis intenciones. La respuesta es idéntica y vuelvo a reiterar mi intención de reclamar. Me pide un minuto y se pone a hablar por teléfono. ¿Habré conseguido apretar el interruptor adecuado y el sinsentido va a arreglarse? Igual la burocracia tiene su corazoncito…
 —Dirígete a la otra entrada. Allí habrá un guarda de seguridad esperando que estará informado de todo.
—Gracias, muy amable.

Atravieso la puerta del museo y entro. Casi antes de explicarme el amable empleado de seguridad me dice que en un segundo viene su compañera de recepción y me atiende. No tarda demasiado y cuando le empiezo a contar me dice:

—Sí, tranquilo, ya estoy informada; sígueme.
Avanzamos por el museo. Frente a mí está la tienda a unos quince metros; a la izquierda, a unos cinco metros, información. Aunque mi intención es comprar un libro mi destino final es información.
En el mostrador explico de nuevo mi intención de comprar un libro y el amable funcionario me indica que si quiero hacer una reclamación el me facilitara la hoja pertinente.
—Yo en realidad quiero comprar un libro. Ahí, solo a unos metros. ¿Sería posible?
—Lo lamento, pero no.
—Entonces me habéis dejado entrar para hacer una reclamación movilizando, incluyéndote a ti, a cinco personas cuando una sola podría haberme acompañado hasta la tienda y en menos tiempo y con menos esfuerzo yo ya tendría el libro.
—Cierto, pero eso no esta permitido.
—A ver si lo he entendido bien. Me estáis diciendo que puedo acceder al museo a poner una reclamación, a escasos diez metros de la tienda donde quiero comprar un libro, pero que para comprar el libro tengo que pagar la entrada. Por favor, decirme que esto es una broma de cámara oculta.
—Lamentablemente no lo es.
—Entonces tendré que hacer la reclamación.
—Como quiera; aquí tiene.
—No puedo entenderlo.
—Ya sé que parece absurdo, pero es así. Las normas.
—Discúlpame, no parece absurdo. Es absurdo y completamente ilógico. Perdóname, no es culpa tuya, pero la situación me supera.

Relleno la reclamación. Agradezco la gentileza. De nuevo me acompañan un funcionario hasta el guarda de seguridad que me acompaña a la salida. Salgo con mi resguardo, sin libro. Impotente.
Llego a casa desesperado y escribo un correo a la tienda para quejarme de la situación. Me responden dándome la razón, pero con la coletilla sin sentido: “Es así. Las normas”; y cuando estoy  a punto de resignarme la última parte del mensaje me hace perder los nervios. Leo ojiplático: “… además  en este momento, aunque en nuestra base de datos figure por error que es así, no tenemos ejemplares disponibles en la tienda”.
¿Cómo? Resulta que podría haber pagado catorce euros y haberme vuelto sin el libro.
Respiro pausado, intento ponerme en la piel del otro, comprender las normas…, pero no puedo. Sigo cabreado. No lo entiendo. Creo que nunca lo entenderé.

Juliki al borde de un ataque de nervios

miércoles, 7 de enero de 2015

Carbón para todos


Este año los Reyes llegaron antes. No esperaron a la protección nocturna que les confiere ese punto de misterio, sobre todo entre la chiquillería, y que les mantiene en el anonimato. Se presentaron en el curro de buena mañana con cartas para unos pocos y con suspiros de alivio para el resto. Tuve suerte y me correspondieron suspiros. A otros, no tan afortunados, les toco el carbón amargo del despido.
Puedo entender que en tiempos de crisis los empresarios tengan que tomar decisiones drásticas para mantener a flote sus negocios. Incluso puedo comprender que las presas abatidas sean siempre miembros del mismo rebaño: los trabajadores. Todo sea por el bien del ecosistema y la supervivencia de la especie. Tampoco se debe culpar al mensajero, al perro que pastorea el grupo y le toca en suerte realizar la saca y ejecutar las ordenes de más arriba. Lo que me cuesta entender son las formas.
No puedes un día hablar tranquilamente con un trabajado cumplidor, serio y que tiene más de treinta horas positivas; decirle que no hay problema cuando te solicita un par de días para un asunto personal y al día siguiente según llega a su puesto de trabajo recibirle con un buenos días, que nunca será mas falso, y a continuación mandarle a casa para que no regrese más, alegando falta de trabajo, crisis… ¿Qué ha ocurrido en ese corto plazo de tiempo? ¿Ha brotado la crisis de repente entre las baldosas del despacho? ¿Es que acaso el regalo de reyes anticipado para ese empresario ha sido un corazón insensible?
No parece tampoco muy humano dejar que otros trabajadores ocupen su puesto y después de dos horas de trabajo sean llamados al despacho para indicarles que pueden recoger sus cosas. Sin notificación alguna previa. Sin al menos generar el ambiente de sospecha de que tu puesto de trabajo peligra. Nada, sin anestesia, a pelo ¿Dónde quedan los quince días de preaviso para reorganizar el desmoronamiento de tu vida que supone perder el trabajo? Ah, sí, eso son derechos obsoletos y del pasado que tenían los trabajadores cuando no eran simples números con los que rellenar estadísticas  que enmascaran realidades cotidianas.
“La economía va bien. La reforma laboral está dando sus frutos. Los trabajadores españoles comienzan a notar la salida de la crisis”. Eso dicen nuestros gobernantes desde sus altas instancias. Yo a pie de calle no lo veo. Slavica, mi excompi, con su carbón en forma de despido, tampoco. Aunque, claro, igual para las estadísticas de nuestros dirigentes ella no cuenta. No es española, aunque lleve aquí más de treinta años: trabajando, cotizando, dejándose la piel.
Este año mi regalo anticipado de reyes provoca sentimientos contrapuestos. Es un alivio conservar el puesto de trabajo, al menos de momento; pero sabe a carbón. Carbón amargo, muy amargo.
Ahora sé que los Reyes no son los padres. Son los empresarios. Prefería la ignorancia y la inocencia de la infancia.

Juliki solo ante el peligro

jueves, 1 de enero de 2015

Ritmo en la cuerda floja


Sin que exista obligación ni sea el efecto de un compromiso adquirido ni de un propósito del nuevo año, amanece y me pongo a escribir. Porque  me apetece, me gusta y me ayuda. Cada frase que escribo es una parte de mí que cobra vida y se hace tangible. A veces son simples pompas de jabón, pensamientos insustanciales que como el humo ascienden para desaparecer o disiparse. En otras ocasiones son heridas infectadas a las que, en una cura de urgencia, hay que retirar la costra, dejar supurar un rato y aplicar un desinfectante, una cataplasma o una pequeña amputación. Lo que sea por seguir manteniendo la cordura. Hay que liberar lastre en ese viaje interminable del día a día.
En la chimenea algún rescoldo camuflado entre la ceniza resiste a la espera de un soplido que le reactive y le saque los colores. Incluso en el paraje más desolado habita una chispa que cambia el mundo y nos calienta para salir adelante. A medida que las palabras van surgiendo los dedos se ejercitan, aporrean el teclado y la pantalla se llena de posibles respuestas a preguntas adormecidas. Hay que despertarse e ir cogiendo el ritmo a la mañana, al día, a la vida.
El secreto está en no dejar de moverse, en empeñarse en seguir bailando aunque la música hace tiempo que dejara de sonar. Quien se queda parado ante el precipicio no será capaz de llegar al otro lado. Hay que analizar la situación, buscar alternativas y avanzar. Mantener el ritmo aunque uno se halle frente al abismo y caminando sobre la cuerda floja.

Juliki en equilibrio inestable