jueves, 1 de enero de 2015

Ritmo en la cuerda floja


Sin que exista obligación ni sea el efecto de un compromiso adquirido ni de un propósito del nuevo año, amanece y me pongo a escribir. Porque  me apetece, me gusta y me ayuda. Cada frase que escribo es una parte de mí que cobra vida y se hace tangible. A veces son simples pompas de jabón, pensamientos insustanciales que como el humo ascienden para desaparecer o disiparse. En otras ocasiones son heridas infectadas a las que, en una cura de urgencia, hay que retirar la costra, dejar supurar un rato y aplicar un desinfectante, una cataplasma o una pequeña amputación. Lo que sea por seguir manteniendo la cordura. Hay que liberar lastre en ese viaje interminable del día a día.
En la chimenea algún rescoldo camuflado entre la ceniza resiste a la espera de un soplido que le reactive y le saque los colores. Incluso en el paraje más desolado habita una chispa que cambia el mundo y nos calienta para salir adelante. A medida que las palabras van surgiendo los dedos se ejercitan, aporrean el teclado y la pantalla se llena de posibles respuestas a preguntas adormecidas. Hay que despertarse e ir cogiendo el ritmo a la mañana, al día, a la vida.
El secreto está en no dejar de moverse, en empeñarse en seguir bailando aunque la música hace tiempo que dejara de sonar. Quien se queda parado ante el precipicio no será capaz de llegar al otro lado. Hay que analizar la situación, buscar alternativas y avanzar. Mantener el ritmo aunque uno se halle frente al abismo y caminando sobre la cuerda floja.

Juliki en equilibrio inestable

No hay comentarios:

Publicar un comentario