viernes, 2 de agosto de 2013

Un marciano con coleta


Que soy un tipo extraño tirando a rarito es una realidad. No puedo negarlo. Poca gente con la barba encanecida se pondría pantalones rosas, naranjas, morados… con la despreocupación que yo lo hago o pretendería aprender a montar en bici a estas alturas o se ilusionaría como un niño de cinco años ante la noche de reyes por un trabajo temporal de esclavo donde la creatividad es poca o nula. ¿Por qué actúo así? Pues no lo sé muy bien. ¿Un error genético, tal vez? ¿Una malformación del pensamiento? ¿Un defecto en la apreciación de la realidad?
Sí, quizás sea eso: un intento por enmascarar la realidad poniendo algo de colorido en una vida gris o por seguir aprendiendo cosas nuevas o por tener la ilusión de no perder la ilusión cuando la realidad cotidiana no ilusiona.
Me gusta trabajar; esforzarme por hacerlo bien. Me encanta ese sabor a satisfacción que el cansancio deja en mi cuerpo cuando acaba la jornada. Esas ganas de volver a empezar al día siguiente de nuevo. “Más y mejor”. Tan solo comparable al regusto de una cerveza bien fría que te incita a tomar otra más.
No entiendo el mundo. No entiendo a la humanidad. Tampoco entiendo a mis compañeros de curro. Durante cuatro horas al día, nuestro trabajo consiste en andar en círculos empujando una barra que acciona una dinamo para proyectar una especie de película. No es demasiado creativo, pero trabajamos quince minutos para descansar a continuación otros quince. Los ciclos se alternan para un total de dos horas de trabajo y dos de descanso. Todo un lujo para los tiempos que corren. No nos pagan mal y encima cobramos puntualmente antes de que acabe el mes. A pesar de ello, la mayoría de mis compañeros intentan racanear un par de minutos a cada turno de trabajo, varios llegan tarde sin que les cause la menor preocupación e incluso alguno se ha dormido durante uno de los descansos y ha “olvidado” acudir al turno de trabajo.
Tal vez yo sea demasiado responsable, cumplidor y obsesivo con la puntualidad. Nunca he llegado tarde a trabajar. Por eso, cada vez que se acerca la hora de comenzar otro turno me levanto, les recuerdo que nos toca reanudar el trabajo y me encamino a mi puesto. La mayoría de las veces solo. Cuando veo remolonear a mis compañeros, intentando arañar unos minutos me cuesta entenderlo. Nadie les ha obligado a aceptar esas condiciones de trabajo, que por otra parte son más que aceptables. ¿Por qué entonces no disfrutar del privilegio de tener curro e intentar hacerlo bien?
Soy un antiguo o algo peor. Empiezo a pensar que soy un engendro, una aberración mutante; me siento como un habitante de otro planeta conviviendo con miembros de otra especie.
Lo peor es que al acabar la jornada laboral me regojo la melena en una coleta, salgo a la calle y fuera del trabajo me ocurre algo parecido.
Me siento atrapado, intento huir, pero, por desgracia, no consigo recordar dónde aparqué la nave.

Juliki extraterrestre

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