sábado, 2 de noviembre de 2013

Vivir con menos


Hoy me levanté nostálgico sin causa. Tal vez porque toca de vez en cuando, como la caída de las hojas en otoño, la lluvia en invierno o reaparecer por el blog a hacer como que escribo.
Y así, entre infusión, remordimiento y lectura, me ha dado por recordar esa época milagrosa en la que no existía el móvil, e incluso, no todas las casas tenían teléfono fijo. Por aquel entonces el correo no era electrónico y podía acompañarse una carta con un perfume o un mechón de pelo; el cien por cien de los libros podían olerse y palparse y las bibliotecas y los bares conservaban aún ese halo cómplice a medio camino entre  lugar de encuentro y conspiración.
Añoro ciertas imágenes de esos tiempos que se han ido diluyendo entre prisas, compromisos y obligaciones: la gente charlando sin premura o conversando con esa otra forma de hablar que es el silencio; personas comunicándose, aunque las únicas palabras salieran de los ojos como miradas que lo dicen todo; individuos intentando entenderse, compartir… Todo ello sin que una sintonía, politono o musiquilla de moda interrumpiera y perturbara ese diálogo a base de contar y escuchar: al otro, a uno mismo.
Toda evolución acarrea sus ganancias y pérdidas. Nada cambia sin causar un cierto cataclismo de lo cotidiano. Hemos ganamos inmediatez,  capacidad de contacto y cantidad de información a nuestro alcance. Tenemos de todo y no llegamos a disfrutar en verdad de nada. Igual en ese proceso, aturdidos por un volumen excesivo de datos, posibilidades y opciones, nos distraemos, sacrificamos la calidad de lo vivido y al final vivimos una ficción en la que nos perdemos una parte de la realidad. A veces más puede ser menos.
Hoy me levanté nostálgico sin remedio. Igual es que en lugar de estarlo va a resultar que tocaba serlo.

Juliki melancólico

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