miércoles, 2 de julio de 2014

Levantar la tapa


Para escribir hay que reflexionar primero. Rumiar una idea, un sentimiento, una imagen… un detonante que, en definitiva, te sirva para arrancar y tomar una dirección. Sin reflexión ni pausa no hay posibilidad de escritura, al menos en mi caso. Lo malo de esa situación es la adicción que crea. Cuando empiezas a disfrutar del sufrimiento que supone escribir lo demás, incluido sobrevivir, pasa a un segundo plano.
Dejé de escribir para que los remordimientos no me hicieran la vida imposible. Para que mi realidad no acabara convertida en una ficción. Un parado que escribe un blog, relatos y se pasa el día imaginando realidades paralelas, pero que no encuentra trabajo, acaba con la sensación de no estar haciendo lo que debe. Aunque dedique muchas horas diarias a mandar currículos y responder esas ofertas imposibles de una plaza para cinco mil candidatos; la sensación final es de culpa. Culpa y frustración.
Por eso aparqué primero el blog, luego abandoné la escritura de relatos y por último dejé de imaginar historias. En esa decisión olvidé varias cosas fundamentales: La primera por qué comencé a escribir; la segunda, y no menos importante, que escribir me hacía sentir vivo.
El resultado fue una especie de zombi que durante meses se ha limitado a hacer lo que debía y no lo que quería. Un tipo que me miraba con desagrado desde el espejo y afeaba cualquier intento de retomar la ilusión de escribir.
Y estando en esa situación, casualmente, encontré un trabajo. Bueno, uno de esos que se definen como trabajo, pero eso es otra historia. Todo indicaba que resuelto el problema de la supervivencia diaria, volver a escribir era cuestión de tiempo. Error, respuesta incorrecta, mentira podrida… Hay decisiones que en el camino dejan cadáveres y esta dejó en la acera el mío. Desde entonces lo he arrastrado mientras pululaba por la vida sin apenas escribir nada. Sin pensar, sin sentir… sin vivir.
Empecé a escribir para ordenar el caos interior, para poner nombre a todo lo que sentía y no entendía, para construir el puzzle que supone la propia existencia. Porque cuando te sueltan en la vida nadie te entrega el manual de instrucciones. Yo elaboré el mío propio usando la escritura, para echar a andar y buscar mi camino. Para vivir.
Desde que dejé de escribir he vagado por parajes cotidianos, pero sin rumbo, con la brújula averiada e intentando convencerme a mí mismo de que lo importante era sobrevivir.
Sobrevivir no es suficiente. Ahora lo sé. Es como poner el cuerpo en un lugar mientras tu cabeza se ausenta. Estás físicamente, pero no estás. Avanzar por la vida con la caja del puzzle bajo el brazo no sirve de nada; aunque conserves todas las piezas dentro. Vivir es otra cosa, es montar el puzzle, jugar a acabarlo antes de que la muerte te atrape.
El otro día decidí dejar de pulular, pararme en seco y romper el espejo. Hoy he abierto la caja. Quizás mañana o pasado me atreva a sacar alguna pieza y a reanudar el juego. Mientras, la vida sigue, aunque tu puzzle esté por hacer.

Juliki mirando las piezas

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