miércoles, 14 de abril de 2010

Miserias cotidianas



Hoy el día comenzó con pesadilla. No ocurrió mientras dormía, que suele ser lo usual; aconteció caminando hacia el trabajo. Varias horas después aún me pregunto si fue sueño o realidad.
El reloj de la parada marcaba las 7:23 y en mi semáforo favorito el peatón que hay en mi hace girar el tambor de la pistola y se dispone a cruzar. Muñeco verde, un pasito "pa lante" y ... un saltito para atrás. Hay que evitar la bala de cuatro ruedas que se me echa encima. Hastiado de esta historia interminable doy un manotazo a la parte trasera del coche y comienza la realidad-ficción.
Frenazo de película, una ventanilla que desciende y la ira con forma de cabeza humana pronunciando unas lindas palabras mañaneras dedicadas a mi persona:
-Me cago en la grandísima puta que te parió, como vuelvas a tocar mi coche te reviento la cabeza.
-Pues no te saltes el semáforo. Replico algo aturdido.
Su cara cambia de color, suelta un exabrupto que no llego a entender. Abre la puerta y abandona el coche.
Parado en mitad de la calzada observo la bala, esta vez humana, que enfila hacia mi. Mi cerebro despierta de golpe, tengo el tiempo justo de captar esa mirada asesina dispuesta a todo, de ver como aprieta los puños, como avanza y ladea el cuerpo para tomar impulso. Las alarmas se encienden. Tengo que tomar una decisión rápida y aunque mi yo malote me diga al oído que merece que alguien le rompan la cara; se de antemano que no seré yo. No va con mi forma de ser, no soy violento, no quiero pegar a un ser humano, aunque se lo merezca ...
Reculo sin perderle de vista, mantengo las distancias para evitar que pueda llegar a golpearme. Su frustración aumenta, me insulta. Yo reitero que se ha saltado el semáforo, no parece importarle, continua su agresión verbal, pero detiene el avance. El muñequito rojo reaparece, se oye algún pito y mi presunto agresor regresa a su coche lanzando nuevos improperios y reiterando sus amenazas:
-Si vuelves a tocar mi coche te machaco.
Lo prudente sería callarme, acabar de cruzar para que otro coche no me atropelle, pero las palabras brotan de mi boca:
-Te importa mas tu coche que las personas. ¡Que fuerte!
Se vuelve, da un paso … Afortunadamente la impaciencia de los otros conductores hace que, volviendo a insultarme, se meta en su coche y desaparezca.
Termino de cruzar. Supuestamente la pesadilla ha terminado, pero en mi boca hay sabor a tristeza. Me siento mal por haber sido participe de una película tan sumamente desagradable. Reflexiono.
¿Que debo hacer?
¿Resignarme cada mañana?
¿Dejarme atropellar?
El malestar me acompaña el resto de la jornada, no es por los insultos, ni porque casi me parta la cara un descerebrado. Es por la frustración de no saber que hacer, como actuar. ¿ Es malo reivindicar lo que uno cree que es justo? Languidezco en la impotencia.
Si así somos los integrantes de la raza humana, estoy pensando que debería borrarme.

Juliki (Desdibujado en la tristeza)

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