Ayer mientras comía me atraganté.
No fue que la comida se me fuera por mal sitio. No. Fue culpa de la radio que
andaba encendida, o mejor dicho, del comentario que un individuo, que nunca
llegará a ser persona, hacía de una noticia.
El susodicho, con dos cojones,
defendía públicamente que cada mujer se pagara sus mamografías por
considerarlas casi, casi como un capricho, un artículo de lujo.
Las probabilidades de que me tenga
que realizar una mamografía, por mi condición de hombre, son mininas, pero me
parece una barbaridad que alguien justifique que una mamografía no es esencial y
por lo tanto defienda que no deba permanecer dentro de lo que se considera
asistencia sanitaria básica. Si empezamos así, prescindiendo de ellas, de la
rehabilitación, de las prótesis..., ¿qué vendrá luego? Tal vez no merecerá la
pena curar las enfermedades y será mejor rematar al que contraiga algo; total,
hay suficiente mano de obra para sustituirle y sale más barato.
Ha costado mucho llegar donde
estamos. No a nosotros que nos lo dieron casi todo hecho. A nuestros padres, a
nuestros abuelos y a todos los que les precedieron para que ahora retrocedamos
y volvamos a ese quién pueda que se lo pague y el que no que se joda.
Voy a confesarlo todo. Me atragante
porque de mi boca salió una lindeza que escuché de pequeño y no pude evitar
pronunciar. La frasecita, que es una autentica pasada, reza así: hijo de
puta, mal cáncer te entre en el culo y cuanto más corra más te duela y si te
paras revientes. Vale que es una burrada desearle eso a nadie; vale
que si ese individuo la palmase nada cambiaría ya que, por desgracia, a otro
con similares ideas se le llenaría la boca con ese tipo de afirmaciones. Yo lo
admito, me pase diez pueblos, pero no me arrepiento. Quizás es que ha llegado
el momento de dejar de ser indiferente, de que queden impunes ciertas palabra, de que ninguna agresión quede sin
respuesta. Ese tipo de ideas, las del politicucho que intenta hacer recortes
anteponiendo la economía a la vida, no pueden ser el futuro al que aspiramos,
porque huelen y saben al pasado del que pretendíamos huir.
Mi barbaridad, siéndolo, es del
mismo orden de magnitud que su comentario. Por eso, aunque han pasado varias
horas y he tenido tiempo de repensármelo, me sigue viniendo a la boca el mismo
exabrupto cuando recuerdo sus palabras. Y sigo sin arrepentirme porque, uno,
aunque esté encerrado en un pozo, aún respira, siente y aspira a otro tipo de vida.
Juliki, con la cresta despeinada
En tiempos difíciles, es cuando las bestias muestran los dientes...
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