viernes, 29 de agosto de 2014

Generosidad contable


Llevo una temporada escuchando y leyendo quejas sobre la falta de reciprocidad de ciertas acciones que me dejan un tanto anonadado. Supongo que gran parte de esos comentarios son achacables al uso que se hace de las redes sociales. Esa costumbre de ser políticamente correcto en la red, porque nunca se sabe, que nos hace navegar con la careta puesta y la calculadora de la rentabilidad en la mano.
Comentarios del tipo “no entiendo porque la gente a la que le doy al me gusta no hace lo mismo con mi pagina” o “no soporto que “amigos” a los que apoyo acudiendo a sus  eventos no hagan lo mismo con las míos”, me parecen preocupantes. Demasiado egocentrismo suelto. Me dan ganas de sugerir siempre una posible respuesta: ¿No te has planteado que aunque a ti te guste o interese la página o el trabajo de otro no necesariamente el tuyo tiene que ser de su agrado?
Soy un defensor del beneficio del apoyo mutuo. Pero cuando uno decide que algo le gusta o le interesa, como acudir a un evento, toma una decisión personal y desinteresada. Si alguien generosamente apoya algo o a alguien se supone que lo hace porque le gusta, le apetece o similar. Sin esperar nada a cambio. Si regalas tu tiempo, tu afecto o tu esfuerzo no deberías querer ni esperar nada a cambio. Un regalo es eso: dar. Uno decide de manera voluntaria en qué o quién emplea su generosidad y esa generosidad no lleva implícita en ningún caso la reciprocidad. Si la hay, pues bienvenida sea; si no aparece, es absurdo esperarla, exigirla o reprochar su ausencia.
Los afectos no son moneda de cambio, no son un trueque comercial. Uno los siente los deja fluir y disfruta repartiéndolos. Es bonito cuando son mutuos, pero uno, al darlos, no los contabiliza, no los entrega esperando ser correspondido ni recompensado.
En las redes sociales y por desgracia en la vida real se están olvidando dos de las que yo creo virtudes necesarias: la sinceridad y la generosidad. Que le vamos a hacer soy un antiguo. Aunque parece que no el único. Para muestra un fragmento de “Mientras no digas te quiero” donde los personajes de Lola Beccaria lo explican mejor que yo.

“Pues que el servicio a los demás debe hacerse con elegancia, sin espíritu contable. La  generosidad no debe practicarse a la espera de una reciprocidad a toque de corneta. Eso es lo que hace que te pongas en el lugar equivocado. Cuando das, si inmediatamente te colocas a la espera de la palmada en el lomo, estás convirtiéndote en una pordiosera que pide su limosna, o bien en una sargenta que exige lo que le deben, y así corres el riesgo de no ser pagada como deseas. Uno puede programar su propia generosidad, lo que no puede hacer es programar el agradecimiento de los otros.”

Al final va a resultar que el mundo virtual nos lleva también al engaño y al error.  No es bueno ni realista creerse que uno tiene 5000 amigos, aunque sea de manera virtual. Como los abrazos, los amigos deben sentirse. Es mejor poder tocarlos y, por desgracia, suelen contarse con los dedos de las manos.

Juliki regalando críticas

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