domingo, 18 de enero de 2015

Surrealismo desquiciante


Ante la sinrazón intento mantener la mente abierta, respirar pausado, ponerme en la piel del otro y tratar de comprenderle. Hasta ahí el esfuerzo corre de mi cuenta y no me importa. Pero lo que derrota mi paciencia es que me den la razón y el único alegato ante un desatino sea esa frase gris y carente de argumento: Es así.
Si el así está mal, es absurdo o injusto, ¿cómo alguien puede soltar esa frase sin que su expresión en el rostro sufra una contorsión de desagrado? Entenderlo es difícil, vivirlo insufrible.
Navidades del 2014. Descubro un libro que a mi pareja le gustaría tener y tras jugar a los despistes y hacer como que ni me entero ni me interesa tomo nota y lo busco por Internet. Lo venden en la tienda del museo del Prado. Allí y solo allí. No hay problema se donde está y ya he comprado en otras ocasiones.
Al día siguiente me encamino a la tienda y descubro que ha cambiado de ubicación. Una vigilante muy amable me indica que pase por taquilla. Me dirijo a la otra puerta, espero la cola e indico mi intención de ir a la tienda.

—Son catorce euros.
—¿Cómo?
—La entrada son catorce euros.
—No, perdona. Me he debido explicar mal. No quiero ver el museo. Solo quiero comprar un libro en la tienda.
—Ya, pero es que para entrar en la tienda hay que pagar la entrada.
—Eso es nuevo. Antes no era así.
—Cierto, pero con la reforma eso ha cambiado
— Pues no es lógico.
—No, no lo es, pero es así.
—Entonces, si eres tan amable, desearía hacer una reclamación.
— Muy bien. Espera a que avise a mi superior.
 Me quedo allí apartado, sopesando lo absurdo de la situación. Solo quiero comprar un libro. Debería ser rápido y sencillo. Aparece la supervisora y le repito mis intenciones. La respuesta es idéntica y vuelvo a reiterar mi intención de reclamar. Me pide un minuto y se pone a hablar por teléfono. ¿Habré conseguido apretar el interruptor adecuado y el sinsentido va a arreglarse? Igual la burocracia tiene su corazoncito…
 —Dirígete a la otra entrada. Allí habrá un guarda de seguridad esperando que estará informado de todo.
—Gracias, muy amable.

Atravieso la puerta del museo y entro. Casi antes de explicarme el amable empleado de seguridad me dice que en un segundo viene su compañera de recepción y me atiende. No tarda demasiado y cuando le empiezo a contar me dice:

—Sí, tranquilo, ya estoy informada; sígueme.
Avanzamos por el museo. Frente a mí está la tienda a unos quince metros; a la izquierda, a unos cinco metros, información. Aunque mi intención es comprar un libro mi destino final es información.
En el mostrador explico de nuevo mi intención de comprar un libro y el amable funcionario me indica que si quiero hacer una reclamación el me facilitara la hoja pertinente.
—Yo en realidad quiero comprar un libro. Ahí, solo a unos metros. ¿Sería posible?
—Lo lamento, pero no.
—Entonces me habéis dejado entrar para hacer una reclamación movilizando, incluyéndote a ti, a cinco personas cuando una sola podría haberme acompañado hasta la tienda y en menos tiempo y con menos esfuerzo yo ya tendría el libro.
—Cierto, pero eso no esta permitido.
—A ver si lo he entendido bien. Me estáis diciendo que puedo acceder al museo a poner una reclamación, a escasos diez metros de la tienda donde quiero comprar un libro, pero que para comprar el libro tengo que pagar la entrada. Por favor, decirme que esto es una broma de cámara oculta.
—Lamentablemente no lo es.
—Entonces tendré que hacer la reclamación.
—Como quiera; aquí tiene.
—No puedo entenderlo.
—Ya sé que parece absurdo, pero es así. Las normas.
—Discúlpame, no parece absurdo. Es absurdo y completamente ilógico. Perdóname, no es culpa tuya, pero la situación me supera.

Relleno la reclamación. Agradezco la gentileza. De nuevo me acompañan un funcionario hasta el guarda de seguridad que me acompaña a la salida. Salgo con mi resguardo, sin libro. Impotente.
Llego a casa desesperado y escribo un correo a la tienda para quejarme de la situación. Me responden dándome la razón, pero con la coletilla sin sentido: “Es así. Las normas”; y cuando estoy  a punto de resignarme la última parte del mensaje me hace perder los nervios. Leo ojiplático: “… además  en este momento, aunque en nuestra base de datos figure por error que es así, no tenemos ejemplares disponibles en la tienda”.
¿Cómo? Resulta que podría haber pagado catorce euros y haberme vuelto sin el libro.
Respiro pausado, intento ponerme en la piel del otro, comprender las normas…, pero no puedo. Sigo cabreado. No lo entiendo. Creo que nunca lo entenderé.

Juliki al borde de un ataque de nervios

1 comentario:

  1. No me extraña que no lo entiendas, yo tampoco,¡ vamos que no eres raro ni "na" de eso!.

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