jueves, 12 de noviembre de 2009

Mitos superfluos



Anochece pronto, demasiado pronto. La luz nos abandona y el frío incipiente anima a recluirse en casa. Sentado en mi habitación veo el salón, la cocina y si me sitúo en escorzo incluso atisbo la puerta del baño. Es mi pequeño refugio, una buhardillita de 27 metros cuadrados, ni tan siquiera los 30 que preconizaba cierta ministra. Es suficiente, para mi, casi un lujo. Si, ya se que a muchos les horrorizaría un espacio tan nimio, la claustrofobia atacaría a otros tantos y solo una pequeña minoría podría concebir que esto sea mi hogar, que me guste, que no aspire a mas.
Todos queremos mas, siempre mas y mejor, cueste lo que cueste; vivimos casi, solo para poseer algo nuevo, mas grande mas rápido ... ¿pero para que? ¿necesitamos tanto?
Soy de familia humilde, durante años, en casa de mis padres, dormí en el salón acompañado de mi abuela. No era el súmmum de la comodidad, pero allí crecí y fui dichoso. Después compartí piso, tuve habitación propia, seguí ampliando mis horizontes y me sentí afortunado. Ahora mis posesiones han aumentado, disfruto de mi espacio ... En el la lluvia no me cala, reposo mis heridas y cuando la adversidad me azota corro a guarecerme. Es cierto que a veces se me amontonan los miedos, se me acumulan las dudas y no cabemos todos. Entonces abro dos ventanas, creo corriente y dejo que se escapen, para poder empezar a recopilar de nuevo. Esta vez, ilusiones renovadas, sueños tentadores... fragmentos de vida.
Al final nos sobra casi todo. Tal vez porque uno es lo que vive, no lo que tiene.


Juliki (enclaustrado)

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