miércoles, 18 de noviembre de 2009

Montaña de bolsillo



He vuelto a la infancia, al menos en parte. Me paso el día subido al tobogán y no es broma.
Tan pronto estoy arriba en la cúspide, dispuesto a comerme el mundo; como abajo, derrotado y con los pies en el charco, ese que suele formarse a final del columpio en las épocas de lluvia.
Soy incansable. Subo y bajo, de la euforia al derrotismo varias veces en el mismo día; como el crío que no puede perder un instante de deleite, pues sabe que en breve terminará la hora del parque y se afana por apurar el disfrute del tobogán.
No lo hago por placer, es mas bien un suplicio. Al acabar el día la sensación es agotadora, frustrante, desquiciante ...
Surge sin mas. Es el resultado de mi lucha entre el estoy y el quiero ser. Ese afán por salir del agujero mental y emocional en el que me encuentro atrapado que me obliga a seguir intentándolo.
Subo por la escalerilla metálica, con el resuello entrecortado y a veces a la mitad me parece imposible ir mas allá, aprieto los dientes, continuo, llego arriba y sonrío con satisfacción. Es tan solo un segundo, luego el descenso, preludio que anuncia el calvario de la nueva ascensión.
Voy perdiendo, lo se, como va perdiendo su color la rampa por la que deslizo en la caída, hasta quedar brillante, pulida, sin rastro alguno del verde, rojo o azul originarios. ¿pero que opción me queda?
Tal vez debería cambiar de columpio, buscar otro mas acorde a mis necesidades: mas simple, mas tierno, tal vez ...

Juliki (Castigado en el parque)

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