jueves, 8 de octubre de 2009

Vivir a la carrera



Cada día valoro mas la posibilidad de disfrutar de los momentos de calma, que en raras ocasiones nos obsequia la jornada. La lectura sosegada, el paseo reflexivo y la charla calma, son mis momentos predilectos. No obstante si tuviera que seleccionar solamente una acción como exponente del placer supremo, no dudaría ni un segundo en enunciar como tal el anodino, vulgar e ineludible acto de miccionar. No, no tengo el día escatológico, pero no me negareis que cuando uno lleva un largo rato meándose, intentando accionar esos misteriosos músculos para que retengan el caudal rebosante que amenaza con liberarse y por fin el baño queda libre, la alegría nos embarga. A continuación, la contemplación de la taza dispuesta a recibir ese chorro calido que nos desborda, es el preámbulo del gozo; solo empañado por la resistencia del puñetero pantalón que se resiste a descender. Después llega la liberación, esa sensación placentera se consuma y uno casi llega a ser feliz.
He de reconocer que ese momento el deleite dura poco, en seguida es sustituido por la incomoda sensación de " Cuando va a acabar esto" que pasada la urgencia nos devuelve a nuestra impaciencia habitual.
El otro día, en uno de esos paseo en los que mi mirada y pensamientos vagan libres, fui testigo de una situación que me hizo reflexionar. Parada de autobús, madre e hija de apenas dos años, esperan la llegada del vehiculo municipal que a buen seguro las conducirá de vuelta a casa. De repente la niña, que parece inquieta, cuchichea algo a su madre que no alcanzo a escuchar.
- ¿No te puedes aguantar? Replica la madre.
La criaturita mueve de la cabeza a ambos lados de manera reiterada y con una insistencia tal, que no deja espacio a la duda.
Un rápido vistazo a los alrededores, para localizar un árbol próximo donde la madre diligentemente sitúa a la niña en posición, y la mantiene en volandas mientras el chorro describe una curva hasta el alcorque. Allí la orina se fusiona con la tierra, aportando el tan preciado nitrógeno de liberación lenta en forma de urea, que el árbol, sin duda, agradecerá en el futuro.
Pero hete aquí, que antes de que la tarea se complete con éxito, el infortunio en forma de autobús, hace su aparición. La madre reacciona rauda, a la carrera arrastra a su retoño y avanza hacia la puerta delantera que se abre. La mano libre saca el billete del bolso, lo lleva a los labios donde queda apresado y a continuación desciende para subir las bragas de su criatura. El reguero de pis las acompaña hasta casi el primer peldaño, donde la tela de la ropa interior y tal vez alguna reprimenda, lo colapsan. La niña mira hacia arriba boquiabierta, supongo que sin entender aun la causa de tantas prisas y, sobre todo, perpleja ante la nueva realidad que la lleva de vuelta a casa con esa incomoda sensación de humedad que te acompaña cuando te has meado encima.
Una vez mas los placeres de la vida se ven truncados por el ritmo acelerado que absurdamente nos imponen, incluso en la mas tierna infancia, cuando la vida es aun, un nuevo juego por descubrir ...

Juliki ( en busca del placer perdido)

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