sábado, 24 de octubre de 2009

Pajaros en la cabeza



Mi vida ha estado desde que recuerdo llena de pájaros. Bien es cierto que nunca tuve un pollito de colores, de esos que eran tan habituales durante mi infancia; en su lugar, en la terraza del piso de 40 metros de mis padres corretearon entre otras codornices, alondras ..., incluso antes de que yo pudiera gatear tras ellas. Después nos "civilizamos" y criamos canarios enjaulados. Teníamos montones de ellos que mi padre regalaba orgulloso.
Recuerdo ese cúmulo de sensaciones que se repetían cada año: los preparativos previos a la época de cría, la emoción posterior con cada nueva puesta, la ilusión del conteo diario en busca del nuevo huevo, la impaciencia infantil ante la tardanza de la primera eclosión, la fascinación ante aquellas miniaturas de ojos cerrados y pico ávido, aquel hacinamiento imposible y fraternal ocasionado por el crecimiento y, ¡como no! el primer valiente, aun algo pelón, que abandonaba el nido y se situaba tembloroso en el palo. Sensaciones con las que crecí. Después dejamos de criar, los canarios fueron envejeciendo y un silencio triste reemplazó sus cantos. Los pájaros levantaron el vuelo de mi existencia para volver a reaparecer tiempo después.
Fue al poco de comprar mi actual casa, una cría de golondrina intrépida se descolgó del nido y vino a caer en mi alféizar. Dudé que hacer con ella; reintegrarla a su nido en el tejado era un imposible, dejarla a su suerte me pareció una crueldad, intentar alimentarla una locura. ¿que cojones come una golondrina? Ni idea, desde luego alpiste de canario no. La metí en una amplia caja y recorrí varias tiendas de animales preguntando, hasta que en una me dieron una respuesta: "Prueba con larvas de mosca vivas, pero olvídate, es casi imposible que sobreviva". ¿Tarea imposible había dicho aquel individuo? El gusanillo de la superación me invadió. Compré dos cajas de aquellos gusanos escurridizos y con mucha paciencia, casi a la fuerza comenzamos la crianza. Al principio abría el pico metía los gusanos que eran escupidos reiteradamente. Insistí con la tenacidad del tozudo y en una de esas la fortuna se convirtió en aliado; el bicho tragó, quizás accidentalmente y poco a poco fue engulléndolos con mayor facilidad. Los días se sucedieron, se acabo el primer bote y cuando fui a abrir el segundo, unos días después, las larvas se habían transformado en una piara de repugnantes moscas verdes, que condene a morir al fondo del cubo de basura. Seguimos comiendo, crecimos, revoloteamos y llegó el momento de la independencia: Lo lancé desde mi quinto piso, aleteó y se perdió en los tejados. Cuando pasan planeando frente a mi ventana me gusta pensar que alguna de aquellas golondrinas tiene algo que ver con aquella que casi, casi amamante.
Dos años después descubrí en el rellano de mi piso dos mirlos que huyeron asustados ante mi llegada. Pensé que aquellos cabrones eran los responsables de la decapitación reiterada de mi planta carnívora y del maltrecho estado de algunas plantas mas con las que me empeñaba en revivir y alegrar mi ajada escalera. Volví a encontrar a los intrusos de mi vergel y un día al meter la llave en la cerradura, levanté la vista y contemplé inmóvil, aposentado sobre uno de mis tiestos semi-abandonados a uno de ellos. Me miraba algo tembloroso y yo boquiabierto me preguntaba ¿por que no huía? ¿que poderosa razón a pesar del palpable miedo la retenía a menos de medio metro de mi?
Solo podía ser una, los intrusos se habían convertido en okupas y protegían su nuevo hogar y a su futura progenie
Conviví unas semanas con el nido intentando no perturbar la incubación y posteriormente a su única cría. Los padres iban y venían, sobre todo ella, desviviéndose por alimentarlo. Un buen día dejaron de aparecer, miré el nido, estaba vacío
Ahora ya solo tengo pájaros en la cabeza, bueno esos, que son muchos y variados, y alguno colgado en la pared, de esos que pinta, graba y dibuja alguien que revoletea en mi vida, aquella junto a la que me gusta aletear y compartir vuelos cotidianos.
En el fondo todos tenemos algo de ave, aunque solo sea el ansia de volar.
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Juliki ( ansioso)

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