viernes, 28 de agosto de 2009

Asomo de duda



Soy un basurillas, no puedo evitarlo. Lo soy desde niño cuando mi padre me llevaba a los alrededores del complejo polideportivo Somontes. Allí buscábamos entre los arbustos, junto al río, las pelotas de tenis que habían saltado la valla y quedaban olvidadas a su suerte.
Llegué a tener un tambor de Colón lleno hasta el borde y varios botes con las pelotas de marca nuevecitas, que no debían haber disputado ni tan siquiera un set. La pena es que aunque lo intenté, nunca me gustó el tenis, tal vez como una consecuencia lógica de mi manifiesta torpeza ante las actividades deportivas.
Crecí y acabé regalando las pelotas, pero no pude deshacerme de ese cosquilleo que nos asalta a los pobres ante la posibilidad de encontrar cosas útiles. Esa desazón esta en nuestros genes o quizás inoculada en nuestra sangre; el caso es que cuando salgo a la calle se enchufa automáticamente el radar y aunque no los busque, mi mirada siempre acaba planeando sobre los contenedores.
Vivimos en el primer mundo, acaparamos cientos de objetos que no utilizamos y al final, acabamos desechándolos. Eso convierte los contenedores en el paraíso del reciclaje para los rebuscadores como yo. Son muchas las compras gratis y libres de impuestos que he realizado en mi vida en esos auténticos supermercados del ahorro. Desde cosas insignificantes a otras de mas enjundia como varios baúles o una cadena de música en perfecto estado que apareció como premio adicional al ir a coger unos alicates; incluso el carrito de la compra que tengo me estaba esperando en uno de ellos, perfectamente embalado y con su correspondiente ticket de compra.
Solo en una ocasión esta afición me causó algún quebradero de cabeza. Fue hace algún tiempo, una mañana primaveral, como muchas otras que me dirigía a mi trabajo en el CSIC (No confundir con el de los espías). Bajaba por la calle Huertas cuando un contenedor lleno hasta los topes me salio al paso. Me acerqué y cuando estaba ya iniciando las tareas de localización levante la vista y en la cúspide, sobre un improvisado camastro hallé horizontalizado a un indigente. Dormía placidamente, roncando a pleno pulmón. Me quedé paralizado y reanudé la marcha hacia mi curro sin mirar atrás.
Aun hoy en día, algunas mañanas me remuerde la conciencia, me asalta la duda y me pregunto: ¿Debería habérmelo llevado a casa?

Juliki (el niño gangas)

1 comentario:

  1. Bueno me echo la cuenta esa de google en especial para comentarte jaja madre mía lo que he tardado!!!Soy del blog http://lacoctelera.com/nykaa y aquí va mi opinión de tu escrito:
    Me ha gustado tu manera de expresarte(sino no me hubiera puesto como loca hacerme la cuenta jaja)y sobretodo el punto final, ese toque de humor de "resquemor"por no haberte llevado lo que había en el contenedor...aunque se tratase de una persona...es que a veces las normas no están especificadas jajaj.Yo no considero a la gente"lista"que coge lo que otros derrochan y tiran sin apenas haberlo usado tan sólo por capricho, pienso que lo que uno tira otro le puede ayudar, somos una cadena.
    Sigue con tu "aficción" jajaj.
    Saludos*

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