lunes, 20 de julio de 2009

Lluvia marchita



Hoy me levanté nublado, sabía que a lo largo del día me alcanzaría la tormenta. Notaba como en los cúmulos que rodeaban mi cabeza se iban condensando gotas de pesimismo. La duda consistía en averiguar si tendríamos chubasco pasajero o aguacero persistente.
Las primeras gotas no te sacan de dudas, pero son refrescante, le hacen a uno salir del letargo de la indiferencia. Si el chaparrón amaina pronto y no refresca lo suficiente, el calor se meterá en casa; el resultado es que uno vuelve a su introspección autoflagelante.
Si la tromba es repentina y demoledora uno puede calarse hasta los huesos y reaccionar con una carcajada; para reírse de uno mismo y de la humanidad, con la certeza de que escampará en breve.
Puede llegar el diluvio, pero ante él, el cuerpo reacciona, la mente se rebela y el instinto de supervivencia te hace salir a flote, aunque sea agarrado a un tablón. Deja secuelas, pero aparecen después, cuando uno esta a salvo y ha superado el naufragio.
Hoy tocó llovizna, lenta, pausada, pertinaz, de duración indefinida; de esa que parece que no moja, pero en realidad cala por dentro y por fuera. Es la peor, comienza silenciosa, con esa constancia del perro de presa. Se adhiere a la ropa, la traspasa, llega a los poros de la piel y una vez allí se difunde al resto del cuerpo. Es entonces cuando uno pierde consistencia, deja de ser él; se licua y se convierte en charco del desánimo.
Mañana, tal vez el sol lo evapore hasta transformarlo en brisa alentadora, pero tendrá que ser mañana ... si es.

Juliki (Capeando el temporal)

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