lunes, 13 de julio de 2009

Mártir de la sensatez



Mañana es el último encierro de los San Fermines de este año, después los mozos cantaran el "Pobre de mi", se desmantelara la parafernalia festiva y en unos días todos a su vida cotidiana. Bueno, todos no. Para el muerto (su familia mas bien) y los heridos de este año seguro que la vida ya no vuelve a ser la misma.
Cuando era joven, creo que han pasado mas de 20 años, yo también fui a conocer lo que eran los San Fermines. Recuerdo el bullicio en la calle, el calimocho corriendo a raudales, a los güiris borrachos dejándose caer desde lo alto de una fuente (en la confianza de que los de abajo lo recogerían antes de impactar en el suelo), los encierros, y las latas de fabada reconstituyentes antes de tumbarnos exhaustos en cualquier parque metidos en el saco ... Fue una experiencia, una mas de aquellos años jóvenes. Me impactó, supongo que por aquel entonces me encantó y he de decir que fue muy instructiva. Compartí momentos entrañable y aprendí muchas cosas que nunca haría, entre ellas correr delante de un toro en un encierro. No se si es por cobardía, sentido común o simplemente porque estoy hecho de otra pasta (de peor calidad seguramente), pero me parece una forma gratuita de jugarse la vida.
Se que es una tradición, que la gente de allí lo mama desde su mas tierna infancia. Se que el subidón de adrenalina de esos segundos, tal vez minutos, en los que el toro se aproxima deben proporcionar una sensación de vitalidad suprema. Debe ser algo así como una mezcla entre la satisfacción por sobrevivir y la invulnerabilidad mas absoluta, pero me pregunto si merece la pena. A mi claramente no, aunque es obvio que hay y seguirá habiendo gente a la que si.
Igual que hay montañeros que pierden, en el mejor de los casos, algún dedo subiendo a altas cimas una y otra vez; u otros que deciden jugar a la ruleta rusa, yo opto por la "tranquilidad" de una vida corriente. Donde las dosis de adrenalina estan mas racionadas, aunque no nos engañemos, también te pueden matar...

Juliki (¿Pobre de mi?)

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